Un encuentro de poesía, narraciones, arte y música
Adoro viajar, por eso cuando Aurora,  mi amiga de la infancia,  me invito a su casa en  Cuernavaca, me sentí  feliz.
Una, por que hacia años que no veía a Aurora, y otra por que nunca había estado en Cuernavaca y me agradaba la idea de conocer un lugar nuevo.
Conocí a Aurora por que vivíamos en la misma cuadra y desde niñas siempre jugamos juntas y fuimos a la misma escuela.
En la adolescencia dejamos de vernos, sus padres se mudaron a otra ciudad y no nos vimos por años.

Un día la encontré por casualidad en el centro y desde entonces continuamos la amistad interrumpida.  
Se había casado y divorciado recientemente. Tenía una preciosa hijita de 6 años. Otra vez nos frecuentábamos,  reanudando nuestra amistad.
Aurora trabajaba en un estudio jurídico cuando conoció a Eduardo que se encontraba en el país para cerrar un negocio, se enamoraron y  en  corto tiempo
se casaron, como el vivía y tenía sus negocios en México, Aurora se mudo allí con su hija y los hijos del matrimonio anterior de Eduardo. Al tiempo tuvieron
otro bebe y Aurora siguió trabajando en la contabilidad de los negocios de su marido.

Todos estos años que pasaron nos llamamos por teléfono, nos escribimos e-mails, nos mandamos postales desde los lugares de vacaciones, pero no
nos volvimos a ver.  Hablamos de visitarnos varias veces, pero finalmente concrete  el viaje el pasado invierno.  
Tome un vuelo hasta la ciudad de México y un autobús a la terminal de Cuernavaca.
Ella y toda la familia me fue a buscar.

Como era sábado y no tenían ningún compromiso de escuela o trabajo, todos estaban muy entusiasmados en querer llevarme a conocer la ciudad.
Todos los chicos hablaban  al mismo tiempo contándome un montón de cosas. Me  sentí muy cómoda con ellos, es que Aurora siempre les ha hablado
mucho de mi, y aunque no hay relación de sangre, me quieren como a una tía.
Charla que te charla, me llevaron directamente al centro histórico y como todos teníamos mucho hambre, fuimos a almorzar a un pintoresco restaurante
típico  llamado “ La india bonita”  en el  edificio histórico  “Casa mañana” muy cerca del  Jardín Borda, el cual recorrimos después del almuerzo, luego
llegamos a la catedral,  terminando  el recorrido de varias cuadras en el Palacio de Cortes. Donde visitamos el museo.
Esta visita nos llevo todo el resto de la tarde. Quede encantada con todo lo que vimos, aunque bastante cansada, ya que el viaje desde Sur America hasta
ciudad de México había sido muy largo e incomodo y esa tarde no paramos ni un minuto de platicar y andar.
Todos llegamos a la casa prácticamente extenuados.

Aurora y Eduardo tenían una hermosa casa de estilo contemporáneo  en la colonia Lomas de Cuernavaca. Los dormitorios de ellos y los niños en la
planta alta. abajo el garaje, habiendo a un costado una amplia  entrada que daba a la  sala con la cocina comedor a continuación , lavadero, baño,  
escritorio y al fondo un pequeño cuarto de huéspedes que yo ocuparía durante mi estadía. La sala tenia  un ventanal inmenso donde se podía ver la
alberca iluminada con un bonito parque de césped y árboles.  
Al término de la cena, lavamos y ordenamos todo, riendo y recordando viejas anécdotas de la infancia y del barrio.
Luego Aurora me dio en mano un par de toallas para el baño. Como la conozco, me di cuenta por su mirada que algo me iba a decir, mas termino con un –
que tengas buenas noches- siendo la ultima en subir a su cuarto.

La casa quedo en silencio.
Entre al cuartito de huéspedes, mis bolsos estaban allí desde temprano, el hijo de Eduardo los había entrado.
Era un lugar agradable. Lo primero que vi. fue una gran ventana con una pesada cortina de lino natural, lo cual me dio a pensar que la luz no me
despertaría temprano a la mañana.
Me entretuve mirando todas las fotos que estaban en la pared,  los niños en las vacaciones de Acapulco,   la beba recién nacida,  Eduardo en equipo de
pesca mostrando un pescado  que acababa de sacar del agua, Aurora junto a sus padres, y otros niños y personas que no conocía, tal vez familiares y
amigos de ellos.
Había también varios trofeos de football, y volleyball puestos sobre una repisita con los nombres de los hijos de Eduardo.
Después de un rato, me dio un sueño tremendo, primero me di una ducha rápida después me metí en la cama y apague la luz.

El silencio era absoluto, ya me estaba durmiendo, cuando comencé a sentir sonidos, primero vagos y lejanos, pero después  mas nítidos y claros, sillas y
mesas que se arrastraban, platos y cubiertos que alguien colocaba sobre las mesas, el chocar de botellas. Mas tarde pasos, y gente que  parecían entrar
al lugar. Un murmullo que se fue incrementando, se oia que más y más gente llegaba. En un momento comenzó a tocar la música, mariachis con violines,
trompetas y guitarras. Alguien cantaba entonadamente.

Yo me hice a la idea que era una fiesta o tal vez un  restaurante o night club que abría las puertas a horas tardías. No recordaba el haber visto ningún
restaurante al lado de la casa de mi amiga cuando llegamos, pero podía ser que no lo hubiera visto o que la entrada estuviera por la otra calle. No quise
levantarme a correr la cortina y  espiar que veía por la ventana, dado que estaba muy cómoda en la cama, y también por que tenía un poco de frío.
A la gente se  la oía animada y contenta, el sonido de puertas que se abrían y cerraban, parecían traer platos y bebidas de alguna cocina cercana.
Ya me había dormido acostumbrada al ruido, cuando me despertó una discusión.

Eran dos hombres notablemente alterados por el alcohol  que discutían a  gritos y se insultaban groseramente.  El tema giraba sobre dinero y caballos,
por lo que se decían, uno le había vendido caballos al otro pero no se los había entregado y el negocio no era lo que habían convenido por anticipado.
Varias veces uno de los hombres amenazaba al otro con que le iba a contar todo a un tal “ Don Emiliano”. sintiéndose  como que el tal  “Don Emiliano” era
una persona importante.

-Será el dueño de alguna hacienda-, pensé, dado que hablaban de caballos, negocios y  tierras.
De los gritos y los insultos pasaron a las manos, la gente gritaba y parecía salir corriendo del lugar, mesas y sillas se corrían y golpeaban, botellas que se
partían con los consecuentes vidrios rotos. Alguien parecía separarlos, hasta que finalmente y de a poco, todos se fueron yendo. La calma regreso al fin y
me pude dormir.

Desperté a las 10 de la mañana.
Como había pensado la noche anterior, la pesada cortina de lino dejaba la habitación en penumbras. Casi no entraba la luz.
Lo primero que hice al levantarme fue ir a la ventana para correr la cortina, con la curiosidad de ver el desparramo de lo que había quedado en el patio del
restaurante que me imaginaba estaba del otro lado. Pensé encontrar mesas tiradas, botellas rotas, los restos de un gran jolgorio y de una reñida pelea
final.

Grande fue mi sorpresa cuando del otro lado de la ventana, no había nada de lo que yo pensaba. Tan solo un gran terreno baldío, lleno de matorrales y
plantas salvajes, que relucían bajo aquel soleado día. La única estructura cercana era la pared de una casa similar a la de mi amiga  ubicada a una gran
distancia, separada con una cerca y árboles altísimos.

No había rastros de restaurante alguno. Menos de mesas, sillas, puertas, botellas, instrumentos musicales, gente, nada de nada. Realmente quede
impresionada y no encontraba una respuesta lógica a todo lo que había escuchado la noche anterior. Yo sabia que no lo había soñado. Estaba
absolutamente despierta y conciente de todo lo que había oído.

Me vestí  rápidamente y me fui a la cocina donde encontré a Aurora preparando el café.
Cuando me vio, ambas sabíamos que había algo por hablar, creo interpreto mi cara de desconcierto.
Anoche te iba a decir algo que no te dije - comenzó-.
Si me imagino, pero no es tarde aun para que me lo digas ahora- continúe-.
Hay veces pasan cosas para las que no tenemos explicación. No siempre pasan, pero pasan.
Si,  ¿como lo que escuche anoche en el dormitorio donde dormí?
Si lo que escuchaste es lo que estoy pensando, así es, no tiene explicación. No pasa siempre, por eso no te quise decir nada, para no asustarte pero
particularmente allí, ciertas noches se escuchan cosas que no existen. Te puedo asegurar que no lo soñaste, ni te imaginaste nada. Lo que escuchaste
es “invisible”.

¿Que explicación le das a todo lo que escuché?

Pues no se, no te sabría decir. Se que esta casa  esta edificada sobre un antiguo asentamiento de la época de la revolución. Buscamos en los archivos
generales de la ciudad y parece ser que entre el terreno de al lado y esta casa, había un salón social donde se juntaban lugareños y revolucionarios de la
época.
¡Si dicen que hasta el   mismísimo Emiliano Zapata era un habitúe del salón!
Si no nos dijeron mal, había una tienda de abarrotes por delante con un gran salón social por detrás donde se juntaban a comer, beber, jugar a las cartas
o hacer negocios, precisamente el salón estaba entre lo que es hoy día el cuarto de huéspedes y el terreno baldío del costado.

Si me preguntas a mi, yo creo que ese espacio quedo impregnado del pasado, un pasado tan fuerte, que regresa una y otra vez, así como un eco.
¡ Que  suerte que la hija de Aurora me quiere como a una tía!,  por que  durante los diez días de visita en Cuernavaca dormí en su cuarto.
Es que en el cuarto de huéspedes los ecos del pasado de la casa no me hubieran dejado descansar.
ECOS DEL AYER
1977   

Soy conciente de que fui parte de la mayoría de las personas que vivimos aquel tiempo y que no nos dábamos cuenta  en el campo minado sobre el que
habitualmente estábamos parados.
Años después como en el juego a la escondida, las atrocidades fueron saliendo de sus escondites y los culpables obligados a dar la cara diciendo que
lo hicieron por el bien de la patria.
Cualquiera podía ser catalogado de  “subversivo” sin necesidad de participar o estar afiliado a ningún partido político o ideología.  La hora equivocada en
el lugar equivocado era suficiente para pasar un mal rato en el mejor de los casos.
La policía y las fuerzas militares eran los cucos de la peor pesadilla imaginable. El Falcon verde la nave donde los monstruos de transportaban y llevaban
a sus victimas.
Era 1977 en la ciudad de Buenos Aires. Mis nuevos  18 años parecían muchos. El mundo y el futuro me pertenecían y me sentía fuerte donde estaba
parada.   
Un año atrás había terminado la secundaria y ese año estudiaba recreación en el Parque Chacabuco, una pequeña carrera relacionada a la educación
física en el área educativa.
En esos tiempos aún no estaba la autopista que hoy día corta el parque al medio.
En la esquina de Asamblea y Curapaligue estaba el campo deportivo con el  gimnasio en la entrada y la pista de atletismo mas atrás. En el corazón del
parque se encontraba la piscina pública donde casi todos los veranos íbamos a nadar con mis primas o mi hermana.
Por la avenida Del Trabajo se encontraba la escuela  Municipal de Recreación donde yo estudiaba en horario nocturno. El mismo edificio  por la mañana
funcionaba como escuela pública primaria. Típica escuela dispuesta con aulas que daban al patio central con galerías laterales llenas de columnas de
hierro y pisos de baldosas blancas y negras, Un edificio que ya en esa época tenía  unos 50 o 60 años.
En la esquina  frente a la pista de atletismo, estaba la Iglesia de la Medalla Milagrosa, donde mis padres se casaron ya que mi madre vivió en ese barrio
desde que volvió de España en los tiempos que estallo la guerra civil,  hasta que se caso con papa por el  48’.   
Algo que me preocupó en ese tiempo, fue el conflicto  del canal de Beagle con Chile .
Pensar en la guerra me parecía inconcebible y me asustaba. Nunca fui muy devota, pero recuerdo haber entrado a la Iglesia a  pedirle  a la Virgen  por la
paz entre Chile y Argentina.  
León Gieco saco la canción “Solo le pido a Dios”  que escuchábamos de manera casi clandestina, por que la música “progresiva” no se escuchaba por
la radio.
Mabel, mi  compañera catamarqueña vivía en una pensión del mismo barrio donde yo vivía por San Cristóbal. Las dos viajábamos juntas en colectivo
cuando salíamos de la escuela a las 12  de la noche. Yo me bajaba primero y ella unas cuadras después. A veces entre mate y mate estudiábamos
juntas por la tarde. Nos acompañábamos a las practicas de los sábados o compartíamos los  apuntes.
La espera  del 139 a veces se hacia eterna en aquellos  días de invierno donde el viento frío del parque nos sacaba sabañones. La humedad que calaba
hasta los huesos sin  importar la bufanda hasta las orejas  y las manos enguantadas en los bolsillos. Había que saltar para entrar en calor  y para que el
castañetear de los dientes no nos ganara.
En la  calle vacía brillaban los adoquines en las noches de llovizna intensa con los escasos autos que por allí pasaban. El parque era una bola oscura y
las casas con todas las persianas cerradas parecían ser parte de una ciudad abandonada. Una de esas noches, esperando que pasara el colectivo
mientras hablábamos animadamente con Mabel,  vi un auto de la policía pasar despacito.
Creo que casi no me llamo la atención, hasta que lo vi pasar otra vez, y allí reparé que ya lo había visto antes.
Inocentemente pensé y le dije a Mabel -debe de estar pasando algo acá cerca por que ya es el segundo que  pasa-
A ella le cambio la expresión de la cara y  hasta  pálida se puso,  diciéndome - no te asustes,  pero el auto paró y los policías vienen para acá-
Yo  pensé  que era una broma, pero tampoco quise darme vuelta para asegurarme.
Segundos pasaron cuando alguien dijo - documentos-.  El asunto no era juego.
Sin querer comenzamos a temblar como hojas.
Le dimos los documentos. Tres nos rodearon. Después vinieron las preguntas. ¿De dónde veníamos, que hacíamos, que estudiábamos, a donde
íbamos,  que llevábamos?… y otras cosas por el estilo.
La verdad es que no recuerdo que  le contestamos o si escuchaban nuestras respuestas.
En un momento inesperado,  nos arrebataron los libros y apuntes  revisando todo  desordenadamente, recorriendo las hojas de un lado al otro como
quien quiere ver una caricatura en movimiento.  
Era viernes, el día de música y yo llevaba la guitarra en su estuche.
Allí mismo y sin permiso, ¿que permiso? Me la arranco de la mano y se la puso a sacudir por el mango como sonajero de bebe.
No quería pensar en lo próximo. ¿Que mas querían? El sudor frío del miedo y la impotencia de no poder hacer nada me corría por debajo de la ropa.
Hasta que dando vuelta por la esquina como un pájaro salvador saliendo de una nube blanca apareció el 139.
Hice un esfuerzo (creo fue mi instinto de sobrevivencia) y en un hilo de voz que saque de atrás del miedo, dije tímidamente- por favor señor allí viene
nuestro colectivo,  ¿nos podemos ir?
El cana medio sorprendido y tal vez porque estaba de buenas, nos dijo -vayan-
Creo que el alma nos regreso al cuerpo, volvimos a respirar, a vivir, y a creer que nos esperaba un futuro  prometedor y bueno.
Muchas veces pensé en lo que nos hubiera pasado si ese colectivo no hubiera llegado, o si no nos hubieran dejado ir haciéndonos subir al “Falcon verde”
Pensé en mis padres a entradas horas de la noche saliendo a la calle a esperarme,  ¿a quien le preguntarían donde estaba su hija?, ¿quien les hubiera
dado una respuesta?
Por suerte aquella fue la primera y última experiencia que tuvimos con la policía  a lo largo de los dos años que estudiamos allí; alguna vez algún idiota
que pasaba en auto nos molesto ocasionalmente, pero nada digno de recordar o temer.
Fue la misma esquina pero en diagonal, frente a la Iglesia esperando el colectivo 4 a donde llego el ángel. Ese día Mabel no estaba y yo me iba a la
reunión del grupo scout a la casa de mi amigo Binimellis.
Desde donde estaba parada podía ver la vereda del parque sobre la calle Asamblea. Fácilmente   unas 4 cuadras de punta a punta del parque. Poco
podía ver por la pobre luz del alumbrado público,  había tramos que por la sombra  de los árboles y lo oscuro de la noche no se distinguía bien. En un
momento vi que por la vereda venia caminando alguien, despacio pero con paso firme, primero fue lejano y pequeño, como las cosas que se ven en
perspectiva,  de a ratos desaparecía en las sombras, pero al momento emergía a la tenue luz. Yo creo demoró unos 10 minutos o más en llegar hasta
donde yo estaba. Era un muchacho joven, tal vez mayor que yo. Delgado y de pelo oscuro.
Cruzó la calle y se paró a mi lado. Sin mayores vueltas ni preámbulos me pregunto: - ¿Vos crees en Dios? -     Yo quede sorprendidísima por la pregunta,
nunca hubiera esperado que alguien a esa hora y en ese lugar  solitario, salido  de la nada me preguntara tal cosa.  Lo mire a los ojos y le dije: -Si, claro -
A lo que él me respondió : -Con razón estas a esta hora y en este lugar, sola- y dicho esto, así como llego se fue, retomo sus pasos por donde había
venido. Volvió por la misma vereda entre  penumbras y sombras hasta que desapareció en la distancia.
Yo me quede con tantas preguntas.  ¿Quien era? , ¿De donde había salido?
Al otro día le conté a mi madre la extraña experiencia de la noche anterior . Ella quedo tan asombrada como lo estaba yo.
Lo que se le ocurrió decirme y para darle una explicación a lo pasado es que aquel muchacho era mi ángel, que siempre había estado allí para cuidarme,
y esa noche se presentó.
Ese pensamiento me gusto y creo está muy cerca de la verdad, o al menos así lo he querido pensar hasta hoy.
ADRIANA VILAR, Originaria de Buenos Aires, Argentina, reside en Los Angeles
desde 1981. Desde muy jóven se dedicó al diseño de artesania y accesorios
femeninos .  En los últimos años, trabaja en el área de la educación de niños
especiales.  Influenciada por una  infancia cargada de cuentos e historias, escribir
fue siempre su  hobbie y diversion
.  cuentosdeadriana.blogspot.com