© La Luciérnaga Online, 2013
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Un encuentro de poesía, narraciones, arte y música
Escuchar cómo se caen uno a uno los sueños y se
rompen de cristal en los bajos del puente es una extraña
forma de despertarse a esta realidad que nadie quiere
reconocer. Desde siempre, desde antes de los
hombres barbados y metálicos, esta tierra pantanosa
que hoy se llama North Long Beach era una llaga mal
mirada por los viejos Shoshones. Seres abominables
brotaban de su entraña devorándoselo todo. En el
círculo sagrado de los tipis cupeños montaban guardia
los jóvenes guerreros armados de lanzas y de flechas
salvaguardando la comunidad de un ataque de los
hombres lobo. Los nativos de las tierras centrales
llamaron a mi gente hijos de Owayodata, pero aquí,
escupiendo a la fogata y librándose del mal presagio
simplemente decían los lobos rojos al referirse a los
devoradores de carne que vomitaban de vez en cuando
las tierras inhóspitas cercanas a la playa helada y
tempestuosa que hoy los sobrevivientes del naufragio
llaman Long Beach. Vienen de las estrellas y llegaron
cuando aún la tierra estaba calientita y blanda, decían en
torno al hogar y contaban frugales ceremonias donde
nosotros sacrificábamos a los Wintun y a los Shumash
prisioneros para beneplácito de nuestros cuatro
estómagos, de nuestra hambre indomeñable que según
ellos había devastado planetas enteros hasta llegar
aquí. Librarse de nosotros en vida a pesar de ser un
arduo trabajo para los nativos de la gran California no se
comparaba con la magnitud inconmensurable de
librarse de nosotros en muerte. Venidos de presentes
ignotos y estelares los lobos rojos solían atrapar las
almas, el tonal, la esencia de los muertos para llevarlos
con ellos a habitar sus ciudades malditas profundo
adentro de la tierra por la cueva sin fin, esa era la
leyenda propagada de callejón a callejón desde Culver
City hasta la blanca y habitada de mujeres con rostro de
arco iris Simi Valley. A los hombres se los devoraban de
a pocos esclavizándolos en trabajos forzados y a las
mujeres las utilizaban como vientres prolijos. Una
enorme piedra clausuró hace muchos lustros la entrada
o la salida a nuestros mundos sellando la gruta de
Aztací, que en referencia a nuestro lugar de origen
significa dentro de la madre. Los buscadores de oro
hartos de tener miedo se decidieron de una buena vez y
con muchos trabajos a taparle la boca a la ignominia,
hoy esa gesta apenas se recuerda y nuestro paso por
esta tierra quedó reseñado en unas líneas perdidas que
se conservan a pesar de todos y de todo en un memorial
de viajes que un viejo gambusero holandés llamado
Nestoriuss Fantini el rojo, famoso por ser el despiadado
amor de Calamity Jane y no por denunciar una horda de
saqueadores de tumbas y de bebedores de sangre
escribió y que lo catapultó al olvido acusado de borracho
y de embustero. Bajo el sol rompe huesos de un 21 de
agosto para ser exactos de principios de un siglo
marcado por el hacha y las cruces en fuego, sin decir
agua va y ayudados por todos los caballos de la tierra
pulgada a pulgada movieron los tramperos una montaña
entera hasta sellar la cueva por donde aparecían los
lobos rojos destilando pavor. Signal Hill se llama hoy la
tierra que en esos momentos no tenía otro nombre que
la zona, allá por donde apesta, decían siempre evitando
tan siquiera nombrar lo que nosotros llamábamos
Aztací. El temor y los ríos de wiskie barato pronto
hicieron olvidar que alguna vez por entre la niebla
apestosa y por entre los ríos calientes que después se

tirara una manotada de agua podrida en el rostro lo
sentimos. Sabedor del infierno interno que padece
evito contemplarme en sus ojos. Si se puede a la
carrera me alejo de su senda, de su hábitat, de la zona
donde invariablemente ha de salir a cazar y
atentamente tomo nota del lugar y la hora para evitar
encuentros que nos dañen el día. Hace tiempo conté
cuatro lobos rojos sobrevivientes que debido a la
transmutación del aceite en el agua se convirtieron en
tres que un ataque voraz de melancolía y de amor
transformó en dos por la magia de dejarse morir de
inanición. Hermana de los cabellos dorados quiero
sentir el amor humano que envenena los dedos,
escribió el lobo rojo en la piedra dorada del vetusto
cementerio serbio con sus últimas fuerzas. Los más
viejos del barrio aún rememoran lo que entonces se
conoció como la invasión de los lobos. Vinieron a
devorarse uno de sus hermanos, fueron un par de
noches terribles en las que el único que se atrevió a
dejar la seguridad de las casas e investigar por qué
tanto barullo fue un viejo deschavetado que llamaban
Fantini el Rojo y que pasmado por lo que contempló a
partir de esas fechas se largó incólume a contemplar el
cielo buscando una respuesta. Aztací, solía repetir
hasta el cansancio a lomos de sus borracheras
legendarias sin que nadie pudiera descifrar qué
diablos significaba eso. Hace añales que vino por
última vez el otro lobo rojo a la Sherry y la Willow y hace
una eternidad que yo vago solo por las calles buscando
en cada rostro una señal. Esporádica la sed me obliga
a dejar a un lado la tranquilidad de mi escondite para
salir a hacer lo que mejor nos sale a los lobos rojos.
Cuidándome de todos me trepo a la pared y cuidando
de no pisar sobre los muertos ajenos me abrazó a la
piedra que me resguarda el Aztací y lloro que como ya
lo saben es nuestra única manera de ser parte del
Tlahuizcalpantecutli, del lucero del día y de la noche, de
la Venus que es nuestra madre eterna que dormita a la
espera de que vengan los grandes terremotos y nos
abran la puerta para siempre.
..Eran las 4 de la mañana cuando don Miguel comenzó a prepararse para el viaje.
Hacía ya tiempo que no iba a su pueblo natal, pero con la llegada del hijo que
venía de Estados Unidos, la visita era casi una deuda con los parientes.
Manuel, el mayor de los cuatro, hacía tiempo que vivía en Los Angeles y, después
de años de exilio, venía a visitar a la familia.
....Llovía torrencialmente, pero ya habían solucionado los inconvenientes que
pudieran haber cancelado el viaje. Además, el pronóstico anunciaba que a
media mañana saldría el sol.
....En su última revisión medica, habían encontrado que la vista de don Miguel
estaba muy deteriorada y se le había recomendado que no manejara. Manuel, el
Yankee como le decían los parientes, no sabía conducir autos a cambios, porque
en Norteamérica, como él siempre explicaba, todos manejan automáticos. Don
Miguel, le había sugerido a su hijo que manejaran en equipo. Él se haría cargo de los
pedales y cambios de marcha, mientras que Manuel se ocuparía del volante.
....Obediente de las leyes y la seguridad que le habían inculcado los años de
educación en USA, hicieron que ante semejante propuesta, Manuel la rechazara
de plano. El Chelo, amigo de don Miguel y vago desocupado, andaba por allí
cuando escuchó del viaje. Como su agenda para el fin de semana estaba en
blanco, se ofreció a hacerles de chofer.
A las 4:30 de la mañana del sábado, el Chelo llegó puntual a la casa de los Viruta.
Sus sesenta y pico de años estaban muy bien llevados. Sin mujer que lo agobiara, ni
trabajo que le exigiera, el Chelo encerraba el secreto de la eterna juventud. Don
Miguel y Manuel ya estaban con sus petates listos, esperándolo para partir.
La ruta estaba casi vacía. El Chevrolet verde cotorra se deslizaba suavemente
mientras la radio a todo volumen, dejaba oír los acordes de la última cumbia de
los Huahuanco.
....Las calles del pueblo son anchísimas. Ha llovido y se han llenado de charcos de
agua. Los hay de todos los tamaños. Charcos ovalados, redondos, cuadrados
y amorfos.
Cuando el lechero en su recorrido diario, empezó a llenar la jarra que la Teresita le
extendía, le contó lo sucedido la noche anterior en lo de don Panza. Ella siempre
sabía todo lo que ocurría en el pueblo, pero este asunto se le había escapado, debía
salir de inmediato a recabar más datos.
....El pueblo tenía 10 cuadras de ancho por 10 de largo. Ella vivía en una de las
últimas calles, pero nadie se explicaba cómo, desde ese rincón tan alejado, podía
saber más que el mismo Cura Párroco o los de la Unión Telefónica. Apenas dejó
la leche en la heladera, se metió las agujas de tejer debajo de los sobacos, unos
ovillos de lana en el bolsillo de su delantal y mientras tejía, comenzó a caminar
despacito hacia el lugar de los hechos.
....Don Miguel va sentado al lado del Chelo. Éste maneja y Manuel desde el
asiento de atrás, no para de hacer comparaciones. “Los autos automáticos
son mejores, más cómodos de manejar. Y los freeway..., no saben lo que es
manejar en un freeway, son más rápidos y seguros...” El Chelo ya le está por decir
una barbaridad de lo “perfecto que es todo por allá”, cuando escuchan en la radio: “
Alerta para los radioescuchas de la zona. Desde hace más de un mes una
seguidilla de robos está azotando a las poblaciones de la zona dejando una zaga de
…”
....”Eso no ocurriría allá”, interrumpe Manuel, “la policía es muy eficaz y, con los
adelantos que cuentan, enseguida los encontrarían, sin ir más lejos…” El Chelo
revolea los ojos y comienza a tararear un tanguito, mientras don Miguel cabecea
medio dormido.
....Puntualmente, la Publicidad Nella comienza cada día su audición de la mañana a
las diez y media. Durante esa hora, a través de parlantes colocados
estratégicamente a lo largo y ancho del pueblo, Publicidad Nella transmite música,
noticias locales y publicidad: “Si su reloj no funciona, Godoy se lo soluciona”,
“Compre en casa More, donde un peso, vale tre”. “Atención, atención este es un
llamado a la solidaridad. Se ruega a los pobladores que ante la situación que vive la
zona, cualquier automóvil o persona desconocida que se vea por el pueblo, sea
reportada de inmediato a las autoridades policiales.” Después de repetir el
pedido varias veces y, en un tono de extrema urgencia, comienza la sección de
música con Sandro cantando a todo pulmón, ”Rosa, Rosa, tan maravillosa”.
....La Teresita tiene bigotes negros y lunares prominentes en la cara. Mide casi 2
metros de alto y pesa lo que el último campeón peso pesado acusó en la balanza.
Ella siempre está tejiendo. Es como la Penélope de Homero, nunca los termina,
pero forman parte de su atuendo. Esa mañana, salteando charcos y
embarrándose hasta las rodillas, se fue acercando hasta lo de los Panza. Para hacer
la pesquisa más disimulada, en lugar de pasar por el frente de la casa, eligió ir por el
callejón de atrás. Desde allí podría ver directamente a través del patio lo que pudiera
estar sucediendo, y después daría la vuelta a la manzana para entrevistar a los
vecinos. Con tanta lluvia, el callejón era un lodazal. Los charcos proliferaban en
cantidad, tamaño y profundidad. La Teresita, concentrada en su tarea, y por
esquivar un pozo, metió las patas en el que parecía un inofensivo charco. Perdió
el equilibrio, y por evitar clavarse las agujas, cayó con todo el peso de su cuerpo,
dando un terrible panzaso. Como pudo, trató de enderezarse, pero el pie le había
quedado atascado. Empezó a gritar por ayuda, pero justo en ese momento
Publicidad Nella daba comienzo a su audición de la mañana al ritmo de Caballería
Rusticana, que era la marcha que la identificaba. Sus gritos quedaron silenciados por
la música y allí quedó la Teresita, embarrada, secándose al sol que,como el
pronóstico anunciara, se había abierto paso entre las espesas nubes. Tampoco
la oirían desde lo de don Eduardo, porque éste estaba detenido desde la noche
anterior. Y la esposa, doña Porota, y el forastero que la visitaba a
hurtadillas, habían sido trasladados al hospital más cercano, para atenderles las
heridas propinadas por el marido engañado.
....Eran casi las once de la mañana cuando el Chevrolet verde cotorra entró al
pueblo. Las ruedas hacían chís chis al ir chapoteando en el barro. Don Miguel
sugirió que primero,y por la hora que era, deberían ir a lo de la tía Maruja, que a estas
horas estaría mateando en la cocina. Por la condición en que estaban las calles
después de la lluvia, debieron dar un rodeo. Don Miguel cada vez que venía al
pueblo se ponía nostálgico y le pidió al Chelo que pasara por donde alguna vez
había vivido su familia. ....
“Dobla por el callejón, así veo la casa y de paso acortamos camino a lo de la
Maruja”, le dijo al Chelo. Obedeciendo órdenes, manejó hacia el callejón, pero ahí
mismo tuvo que clavar los frenos porque en medio del camino yacía una enorme
figura de lodo. La Teresita parecía el proyecto de algún alfarero novato. Era una
masa informe de barro y no podía articular palabra porque el sol ya le había
comenzado a secar el barro de la cara. Don Miguel la reconoció. Le pidió alChelo que
se arrimara, así entre los tres la subirían para llevarla a la casa. Con cuidado de no
arruinar el auto, el Chelo lo estacionó casi pegado a la Teresita, abrió las puertas y
bajó para ayudar a los otros dos buenos samaritanos. Entre los tres no hacían uno.
El Chelo en su vida había levantado algo más pesado que la bolsa del pan, don
Miguel porque estaba viejo y Manuel, como buen ciudadano norteamericano, tenía
abierto un “Caso” por haberse dañado la espalda en el trabajo. De todos modos,
Manuel siguiendo los pasos que había aprendido en un curso acelerado de Primeros
Auxilios, la prendió de lo que alguna vez fuera la cintura. Los otros dos, le tironeaban
las piernas para despegarla del barro. En eso estaban cuando doña Adela Marconi,
que vivía en la esquina del callejón, salió a hacer sus mandados. Al ver un auto
desconocido y tres sujetos sospechosos tratando de subir al auto un bulto que
parecía humano, sin esperar más, salió corriendo a la comisaría.
....A Gonzáles y a Ayala les había tocado hacer guardia este fin de semana. Después
del ajetreo de la noche anterior, bien se merecían un asadito. Es que don Eduardo
Panza, hombre bueno y pacífico por naturaleza, se había resistido fieramente a quitar
las manos que tenía alrededor del cuello de doña Porota hasta que el Dr.
Fernandez, con un movimiento rápido y certero, le aplicó una pichicata que lo
durmió al instante. Estaban escarbándose los dientes y chupando los últimos
huesitos que quedaban con carne, cuando doña Adela entró sin aliento. En un
torbellino de palabras y apurada por la inminencia de los hechos, hizo su
declaración de lo que acababa de presenciar. Como buena ciudadana, estaba
cumpliendo con su deber cívico de denunciar “cualquier hecho o persona
desconocida que se viera en el pueblo en actitud sospechosa”. Tratando de
abrocharse el cinturón, que ahora requería un agujerito más flojo, los dos
agentes subieron a los móviles y emprendieron el camino hacia el callejón de los
infortunios.
....Después de varios intentos de remover a la Teresita del pegajozo lodo, y en un
esfuerzo conjunto que le dislocara el pie, lograron arrastrarla y subirla al
Chevrolet. Sudando copiosamente por el esfuerzo, los tres samaritanos subieron al
auto y emprendieron la marcha hacia la casa de la Teresita. Cuando los agentes
llegaron al lugar de los hechos, lo único que quedaba era la marca de las ruedas
del Chevrolet grabadas en el barro. Como buenos pesquisas, siguieron la huella y
apenas doblaron la esquina lo vieron que iba sorteando charcos, a sólo una
cuadra delante de ellos. Aceleraron la pedaleada y el agente González, en un
acto como lo había visto hacer al Clint Eastwood en la película Harry el Sucio, saltó
de la bici y se paró delante del auto. Con una mano hacia delante indicó que
pararan y con la otra empezó a sonar el silbato. En menos de un segundo, las
doce puertas de las casas de la cuadra se abrieron para dejar asomarse a sus
habitantes que, felices de tener algo para contar los próximos años, se sentaron en el
cordón de la vereda a presenciar el espectáculo.
....Manuel, que tenía titulo universitario de una prestigiosa universidad de
Norteamerica, le pidió a don Miguel que le dejara hablar a él. “Dejá que esto lo
arreglo yo”. Y se bajó del vehículo. Ayala no espero a que el Chelo buscara en su
roñosa billetera los documentos, porque al ver al Manuel apearse del auto, le
saltó encima, le extendió los brazos sobre el techo del auto y le hizo abrir las
piernas para palparlo. Manuel empezó a vociferar que él era un ciudadano que
tenía derechos constitucionales que debían ser respetados, agregando:
....“Y si estamos en democracia, ¿qué clase de democráticos son los servidores
públicos que invaden la privacidad de la gente? ¿O es que acaso todavía
seguimos siendo los mismos fascistas de siempre?” El agente González, que para
ostentar su placa había hecho un curso meses atrás, todavía recordaba algunos de
los reglamentos aprendidos. “Usted tendrá todos los derechos que dice, pero a mi
me dieron el derecho constitucional de pedirle documentos y hasta llevarlo a la
comisaría si se insubordina”.
....Allí quedó el Chevrolet verde cotorra con la Teresita que a estas horas ya estaba
totalmente tiesa. Ayala encabezaba la fila india, seguido por el Chelo, don
Miguel, Manuel y, cuidando la retaguardia, iba González. De camino a la
comisaría, le pidieron a Jerónimo Herrera, el mecánico del pueblo que manejara
el auto hasta la comisaría y que además la ayudara a la Teresita a bajarse
para prestar declaración. El Jerónimo se rascó la cabeza, pensando cómo se las
arreglaría con semejante mastodonte. Pero no dijo nada, porque desde que lo
habían encontrado saliendo de madrugada de la casa de la Adriana Bertone con los
zapatos en la mano, los favores que le pedían los cumplía sin chistar.
....El mobiliario del calabozo, consistía en dos sillas y un catre con patas de madera
en cruz, con una lona que alguna vez había sido blanca, pero después de tantos
años y cuerpos que lo usaran, tanto su olor como su color eran
indescifrables. Los que más lo usaban eran los agentes, que cuando estaban de
guardia se turnaban para dormir. Este sábado, lo ocupaba don Eduardo que, por
el efecto del calmante, dormía como un angelito, roncando y soplando zetas por
detrás del bigote. Al llegar los nuevos visitantes, don Eduardo entreabrió los ojos y
creyendo ver al amante de su esposa en la figura de Manuel, se enderezó para
pegarle. Viendo que sus derechos constitucionales una vez más habían quedado
enterrados en el barro del pueblo, comenzó a pedir que lo comunicaran con la
embajada de Estados Unidos, además de amenazar a los agentes que, por su falta
de idoneidad en el desempeño de sus funciones, iban a ser responsables de lo que
pudiera venir. Ante la amenaza que éste representaba, sacaron a los demás presos
al patio. A don Eduardo, como seguía durmiendo, lo pusieron en un rincón para
no pisarlo y el único que quedó en el calabozo fue Manuel.
....Ya entrada la noche, las cosas se habían calmado. La Teresita, después de
haber estado en remojo casi una hora, había podido explicar lo ocurrido. Don Miguel y
el Chelo fueron liberados gracias a la intervención de la tía Maruja que, como se
rumoreaba, andaba noviando con el agente González. Como la Embajada de
EEUU no contestaba las llamadas por ser feriado, el Manuel, por su insubordinación
a la autoridad, quedó detenido por el resto del fin de semana. Y el pueblo tuvo tema
para comentar por varios años.
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convirtieron en petróleo surgían a la luz unos seres
enormes que venían de más allá del Tlahuizcalpantecutli
que es como los antiguos nombraban al lucero del día y
de la noche. La escurridiza luna azul de Venus nos dio
la piel y el escurridizo viento que la cubre nos dio el
espíritu. Hoy de esa montaña que confinó a la noche
eterna y al encierro a mis ancestros solo sobresale un
peñasco que ignorado del mundo campea en un rincón
de la sherry y de la Willow cubierto de grafitis pandilleros
en mitad de un cementerio predominantemente Serbio.
Los contadísimos lobos rojos que sobrevivieron la
rapiña medrosa de los voraces forty-niners se
replegaron alejados para siempre de su corazón
palpitante a donde primero encontraron cobijo. Pocos
de ellos pudieron adaptarse a la nueva realidad. Los
demás sucumbieron de tristeza y soletudi, solidão dos
lobos vermelhos que vêm de outro mundo. En todas las
lenguas del horizonte ellos, mis abuelos, clamaron su
tristeza. Sus cuerpos muertos e incorruptibles tirados en
los callejones en algunas ocasiones sobrevivieron
ignorados por todos inviernos y veranos hasta terminar
siendo devorados por los lobos que venían atraídos por
un llamado ancestral e interno desde las nieves eternas
de San Bernardino. Perennes e invencibles cuando
viven en comunidad solos los lobos rojos se apagan
como una flama en la tormenta. Incapaces de vivir lejos
de su entraña los hijos del primer lobo rojo se
acomodaron en las nacientes ciudades que bordeaban
la cueva clausurada. De bajo perfil primero en los
barrios afroamericanos y luego en los ghettos latinos los
lobos rojos sobrevivieron al huracán del odio con más
pena que gloria. Atraídos por la carne cruda, por la
sangre burbujeante y caliente que es el elixir de la vida y
siempre maravillados de ver nacer y morir el sol y
mirando hacia el Aztací la información genética que
traemos los lobos rojos nos niega la posibilidad de ser
igual que ustedes. Solos y atormentados a veces nos
dejamos ver por los centros comerciales o por las
paradas de los autobuses. De nariz aguileña y de venas
resaltadas tranqueamos nuestras piernas largas y
nuestros silencios que no piden nada por los cafés y los
restaurantes de la zona. De cabellos invariablemente
negros puedes encontrarnos de seguro el 21 de agosto
en el centro del cementerio serbio pegados a la piedra
que nos guarda. El llanto es ese lazo que nos conecta
con los que están aquí en otra dimensión, allí donde no
existe el cerca ni el lejos y en donde el tiempo no va para
los lados. La relatividad no existe entre nosotros. Harto
de correr, caminar, agacharme, trepar paredes que
llevan a ningún lado me estoy dando a la tarea de
arrancarme la máscara. Una parte de mí comparte los
anhelos, las ansias, los desvelos de los habitantes del
gran condado de Los Ángeles. De ellos he aprendido a
concederme la miel en las victorias y la sal en las
derrotas cotidianas. Miro caderas de ensueño y cuento
las monedas que me separan de la vida digna que me
han convencido que merezco y cada vez estoy más lejos
de ese noble ideal. Dos por tres lo confieso me dejo
llevar de las voces ignotas y profundas y saboreo una
piel abierta, trepado en el placer de sentir un surtidor de
fuego viniendo desde afuera bebo de la sangre y como
de la carne del humano, son tantos que una docena
menos en el año no llaman la atención. Las cada vez
más espaciadas veces que me topo con otro lobo rojo
se convierten en un dolor incomodo. Como si alguien te
