LA LUCIÉRNAGA
Un encuentro de poesía, narraciones y música
JUNIO 2008
JUNIO 2008
EDITORIAL
Mayo estuvo colmado de agradables sorpresas y eventos dignos de ser destacados. A la peña (realizada en
casa después de una festiva ´choripaneada´ a cargo de Norma y Rafael Figueroa, que tuvo el objetivo de
festejar los cumpleaños de Ander, José Manuel y el mío), retornó la dulce María del Carmen y mi
estimado amigo, escritor y periodista Gabriel Lerner. Y fue Lerner quien casualmente publicó, el lunes 19 de
mayo, un artículo en La Opinión sobre esos escritores de la Peña Literaria La Luciérnaga, que se juntan
"con el corazón palpitando de ansiedad" a compartir sus trabajos, y que reproducimos en la sección de
Ensayos. En la peña, aparte de las tradicionales lecturas y música, Daniel Carrera presentó tres cuadros
de los cuales dos han sido agregados a nuestra Galería de Artes Plásticas. En la reunión también se
distribuyó copias de la Revista Cultural de Mauricio Campos en la que se publicó una crítica literaria de Julio
Benítez y un comentario político mío. Jairo Duque, que como siempre grabó la peña de mayo (el podcast se
puede escuchar en la sección Radio), anunció que el programa Colombia Informa USA, que se transmite
en Radio Enlace, ha agregado un segmento titulado "La Opinión de Néstor" que se transmite todos los
sábados. Finalmente, en mayo también salió la revista La Luciérnaga que, en un formato tradicional, reproduce
lo que se publica mes a mes online. En definitiva, un mes de sorpresas, avances, reencuentros, logros.
Néstor Fantini

Consejo Editorial de La Luciérnaga en una reunion
en la Cafetería Clifton´s considerando la creación de
una editorial para publicar trabajos de miembros de la
peña literaria. (CD)
Manuel Portela tocando las Mañanitas
para festejar cumpleaños de
miembros de La Luciérnaga (NF)
P O E S í A S
EL DÍA GRIS
Elsa Frausto
El día gris
si fuera de palabras
ahí terminaría
continúa.
Me sorprende la calle desconocida
cuando doblo la esquina,
la que siempre acababa
en la enredadera, tan tupida y alta.
El día gris
se abre pero no es puerta,
es un cielo con posibilidades
de nubes envueltas
en otras. Algo así como mirar arriba
y dejar los pies atrás.
EN MATERIA DE FE
En materia de fe
estoy con la manzana,
no la que fue
sino todas las otras.
Preparan su savia
donde no se ve,
deletrean el invierno,
sospechan la primavera
y saben que aún no es tiempo.
El calor es un baile
en la piel del verano.
Laten las horas largas,
tintinea el azúcar,
el otoño no aguanta.
Elsa Frausto es una poeta argentina que reside en Los
Angeles. Sus trabajos han sido publicados en La
puerta de los poetas, La hoja y La opinión.
Pies descalzos
que doblegaron al iracundo
movimiento de mi desesperación.
Lodo suelto
tierra infértil
resequedad e improperios.
Desprendimiento bajo la sombra
silenciosa de mis niños ojos.
Ojos secos
ojos ciegos
pies descalzos
medida y peso de aire y luz.
Insecto atarantado
que paristes púas.
Mar reseco
vapor huido
lejana humedad que te has ido,
ladrona de miedos.
Surcos recién abiertos
que procrean vida.
Ceguera que te has largado
muérete en tu eternidad!
SILENCIO
El silencio desgrana la oscuridad
escurridizo
uniforme
enfermizo.
Justo y picador
antiguo
contiguo
ambiguo.
Perece al canto
resiste telarañas
arañas hurañas
trepadoras inéditas
expéditas.
Tragonas agónicas
cabezas cónicas.
Lombriz del culto
el luto
el bulto
el negro buitre
absoluto.
El silencio perece
parece
la incertidumbre crece
el ruido mudo
temido
es crudo.
El silencio
desgrana la oscuridad
en negro desprecio.
PIES DESCALZOS
Raúl Arredondo
Raúl Arredondo es un poeta de Colima, México,
que vive en Los Ángeles desde 1981. Escribe
desde los 15 años y actualmente participa de
talleres literarios locales.
Esa fea figura que el espejo me devuelve
calcinando mis esperanzas,
no te habla de la picaresca
complicidad de mis instintos,
de la habilidad maestra de mis manos
que buscan lo imposible.
Si supieras
que adivino en tus ojos
los atisbos de las ansias.
Si tú supieras
que puedo exorcizar el tedio,
la frustración recóndita de tu carne,
que puedo presagiar
el gimiente rayo de tu cuerpo,
el ronroneo recio de tu sangre.
Amor, si tú supieras
que el espejo de tus ojos miente,
si me vieras,
sabrías de la dicha
de dormir entre mis brazos.
CARTA A UN BABALAO
Dame un mejunje, arráncame los ojos
quítame esta braza.
Saca su piel negra de mi mente,
detén estas ansias de mis labios.
Contén esta avalancha de deseos,
apoteosis cósmica de mi carne
-arcaica fuente de mis dudas-
que me arrastra como pez por la corriente.
Déjame beber una a una
“en primorosa cucharita de plata”
esa poción que me dé calma.
CARTA A QUIEN IGNORA
Manuel Augusto Lemus Martínez
Manuel Augusto Lemus Martínez nació en
Guantánamo, Cuba. Poeta y ensayista, ha publicado
las investigaciones Regino E. Boti (1991) y Cinco
preguntas sobre el changüí (1992), así como el libro de
versos Tropismos (2005). Su poesía aparece en las
antologías Lenguas recurrentes (1982), Lauros
(1989) y Epigramas (1994).Tanto su labor investigativa
como su poesía están dispersas en diferentes
publicaciones periódicas de Cuba, México, Estados
Unidos y en esa nueva Biblioteca de Babel que
arman las revistas electrónicas. Fue fundador y
coeditor de Ediciones EntreRios, es editor de la
revista electrónica La Peregrina Magazín y editor
asistente de la decana de las publicaciones hispanas
en los Estados Unidos, Linden Lane Magazine.
C U E N T O S
LOS CARROÑEROS
José Manuel Rodríguez
....En Los Ángeles con trabajos conoces al vecino, nunca le
hablas, simplemente te enamoras contra tu voluntad y sin que
ella lo sepa, oteas las faldas o los parachoques de los autos
y te quedas extasiado como nos quedamos nosotros con las
bocas abiertas agarrados a las rejas retorcidas por el fuego
de los carroñeros. Se mudaron al vecindario hace más de
cinco años. Venían de lejos, otro país, ciudad, lengua, de
unas comidas diferentes. Antes del infierno de los
quiebraventanas nuestro barrio era un tamiz tranquilo de
niños en bicicletas y de viejitos muertos en los porches, se
quejaban los mayores destazando el pan con las manos y no
con el cuchillo, tal como debe ser. Ellos, los carroñeros, lo
cambiaron todo. Mi hermanita y yo que en todo nos metemos
conocíamos sus despeñaderos más recónditos. Eran cuatro,
dos burkhas que caminaban con sus cabellos extendidos,
una era la mía y la otra era la que le pertenecía al universo, y
dos sables desenvainados, padre e hijo a su vez. Alguna vez
un perrito les hizo compañía, pero también a él se lo comieron
en una frugal cena de verano, me dijo mi hermanita. Nuestros
ancianos queridos antes de la miseria se frotaban las manos
contando las monedas y organizaban viajes al centro del sol o
al paraíso ahora perdido de la Florida a pasar las dos últimas
semanas del verano. Por culpa de los carroñeros se nos vino
el hambre y la desidia, ellos trajeron también con sus
desplantes el fuego, los vientos recios que depositan focas
aterrorizadas en los solares y la certeza de saber que los
norteamericanos no somos eternos ni invencibles. En la
mesa y en los subsuelos de la iglesia escuchamos hablar
con temor de los implacables carroñeros. Son una plaga que
expande sus alas como un murciélago sobre nuestros
dominios, nos repetían hasta el cansancio en los telediarios
mientras la guardia nacional velaba sus armadoras solo
esperando el vamos. A media voz, temblando, como pisando
sobre agujas silbantes un día mis amigos y yo recorrimos el
infierno de su jardín para espiar el intragable rencor que
alimentaba sus ventanas. Los instrumentos del aquelarre de
los carroñeros estaban desperdigados por el suelo de la sala
inundando de podredumbre el cielo californiano que nos ha
sido legado manifiestamente a nosotros unos siglos atrás.
En un acto supremo empujé el pestillo de la puerta y me
asomé a su mundo. Con sigilo y a escondidas de todos puse
en mi nariz una falda de la burkha de los cabellos negros a
los hombros que era mi adoración y respiré con fruición de su
aire dulcecito hasta que un grito vigilante nos avisó que su
coche venía repleto de carroña volteando por la esquina.
Varios de nuestros viejos se fueron sin retorno a la guerra y
los demás, los que se quedaron aguantando a pie firme las
embestidas de los carroñeros, se amargaron y se refugiaron
entradita la tarde en el alcohol y en los puñales de la
desesperanza. Mis amigos y yo poco a poco vimos como la
escuela se llenaba de telarañas y de muertos en vida y vimos
como la burkha de cabellos a los hombros con su contoneo le
arrancaba los ojos a Alvin Lee, el albino. En el parque ella le
chupaba la sangre, en el cine, correteando en sus bicicletas
por la orilla del río se lo bebía de a pocos con sus ojos
oscuros. A fuerza de palabras y de golpes nosotros le
sacamos a la carroñera de adentro. Relajado y libre dejamos
su figura albina y maltrecha entre los botes de basura de la
construcción grande. Por decisión unánime yo fui
comisionado para alejarla a ella de nosotros. Cabellos al
viento la carroñera sonreía lindo cuando le pedí no acercarse
más a nuestras vidas. Me gustó su voz que atrapa, sus dedos
alargados y m e gustó caminar con ella lejos de las
calles conocidas del barrio. En un secreto compartido la
carroñera y yo nos regalamos una tarde de lluvia y de
autobuses en desbandada. Nada pregunté y ella nada me
confesó. Le gustaba el helado de vainilla como a mí y de
refilón unimos nuestros labios por primera vez afuera de la
casa de su tía. No preguntó porqués, simple, como lo
verdadero, aceptó el alejarse de nosotros, bajo la lluvia, lejos
del mundo corrimos por una avenida que hoy no existe y
apretados de gusto nos escampamos del tiempo en los
bajos fondos de un teatro de segunda. Mi burkha de cabellos
al viento olía a lejos, a perfumes desconocidos y a un horizon-
te rotundo de reducidores de cabezas. Ya con el sol abatido
en su gesta y los labios ardiendo nos separamos sin ganas
de decirnos adiós. Un abrazo hondo nos clavó muy adentro la
presencia del otro. Mis manos se enredaron en las suyas y
mis ojos de cielo se hundieron sin remedio en sus ojos que
eran una cueva profunda hacia la noche. A lo lejos las bom-
bas que no oíamos luchaban por nuestra América libre así
quenosotros también decidimos poner de nuestra parte y
luchar junto a ellas. El fuego todo lo cura, siempre lo ha
echo, nos enseñaron d esde niños en las escrituras y en la
televisión. Hartos de ver a nuestras mujeres mayores deses-
peradas saltando por los ventanales con el vientre abierto
clamando por su soldadito muerto y hartos de ver como
nuestros abuelos se hundían como montañas de basura en
el lodo decidimos extirparnos el tumor maligno tal como ya lo
estaban haciendo en muchas partes del país y hacerles fren-
te. Lento como tarde de sol, como madrugada fría, y centíme-
tro a centímetro planificamos el ataque. Jaquel, mi hermanita,
y su novio se encargaron de los caminos, puertas y ventanas.
Tommie y Barney de la gasolina y de las estopas y porqué no,
ya lo habían hecho otros antes, qué tal el estruendo sinfónico
de una cruz ardiendo, así que dijimos que sí, venga la cruz
ardiendo también. Errol, Angel, Dizzy Lizzy y los demás se
repartieron las calles de acceso para evitar que las
ambulancias o los bomberos vinieran a rescatar los gatos
negros, chamuscados, de sobre el tejado del mundo. Big W y
yo nos reservamos el mejor sitio en la mesa y como arcange-
les vengadores preparamos meticulosos las armas. Al eco
de los pasos que en la procesión eterna de los carroñeros
penetraban con furia la ciudad viniendo como la peste desde
el sur mis amigos y yo echamos a correr junto al reloj
vengador. Todo en orden, me dijeron por el intercom. En
casa la abulia en pleno rellenaba de gula y de pereza a mis
padres ante la foto de mis hermanos muertos en la ofensiva
santa del desierto y en la ciudad, adormilada como lagarto al
sol inclemente del verano, los cholos y las prostitutas
alquilaban placer y muerte, en ese orden. Dizzy Lizzy y su
gente en el sitio elegido nos dieron cautelosos el sí, todo bajo
control. Jaquel y su novio también nos dijeron que el camino
estaba preparado. Big W palmeó mi espalda y de mi mano,
hermanitos siameses en la revelación, nos repartimos las
armas largamente acariciadas como cuerpo de mujer, como
burkha que cae dejando a la deriva un incipiente pecho
acariciable en los albores del deseo. Jaquel, metódica como
siempre no había equivocado nada en sus avisos. Detrás de
la lavadora las alfombras, los zapatos, y los cojines enormes
donde duermen, así nos dijo describiendo palmo a palmo el
escenario, y más allá el pasadizo que conduce a la puerta que
da a nuestras calles. A gritos y patadas Big W y yo interrumpi-
mos el letargo mortecino de su tarde. Las burkhas estaban
sentadas ante una flor de tela y tenían en sus manos unos
pinceles largos y chorreantes y los hombres de arena uno
leía el diario y el otro, de nuestra edad, estaba obstinado
disparando su metralleta desde un juego sin audio. Una de
las burkhas, la mía, dejó ir sus cabellos en el viento salobre
que emana muerto de hambre desde la mar helada y Big W
aprovechó para destrozarle el rostro que aún sonreía en mis
brazos un tarde de lluvia que nadie sabrá nunca que existió.
Afuera el viento nos traía retazos del sermón redentor que
venía de la iglesia y nos traía también el entrechocar de las
copas en el requiescat de los cuerpos balanceándose en las
horcas de la recesión. Con saña, como en un orgasmo que
no cesa descargamos las armas y desocupamos los bidones
que diligente, hormiguita de cabellos rubios, mi hermanita
Jaquel nos alcanzaba. Ocho minutos después del primer
estruendo la casa de los carroñeros era una tea que
iluminaba el abismo sin fin al cual caía sin remedio el rostro
curtido de los Estados Unidos. Dizzy Lizzy y sus sombras
esqueléticas desperdigaron clavos en las avenidas y al rato
se nos unieron frente a la casa incendiada de los carroñeros.
Big W le dio fuego a la cruz y con un cansancio y una sensa-
ción extraña del deber cumplido los sobrevivientes de la
angustia nos quedamos allí en silencio pegados a las rejas
retorcidas. Las puertas y las ventanas del barrio se
entornaron sigilosas y cómplices y una vez más los vasos se
llenaron en un brindis alegre a la salud y gloria eterna de
todos los soldaditos muertos en las tierras lejanas. Puedo
jurar que esa noche las camas del vecindario retumbaron de
pasión al eco apagado y cansado de los bomberos que
maldecían, como siempre, estar en esta maldita noche de
verano limpiando los escombros de otra carroñera casa
incendiada, nunca la última, y no frente al juego codificado de
pelota como era su deseo más ferviente.
José Manuel Rodríguez es un cuentista y novelista
que nació en Bogotá, Colombia, en 1966. Egresó del taller
de escritores de la Universidad Central y de la Universi-
dad Externado. Entre 1983 y 1988 participó del grupo
literario Tinta Fresca y actualmente es miembro de La
Luciérnaga. Su trabajo fue reconocido con prestigiosos
premios como el Letras de Oro, Miami; Premio Fernando
de la Mora y Juan Rulfo, París; y un Premio de la Revista
Crisis, Buenos Aires. Desde 1988 reside en California.
E N S A Y O S
LA PEÑA LITERARIA
Gabriel Lerner
Gabriel Lerner es un poeta, novelista y cuentista que nació
en Buenos Aires, Argentina, vivió en Israel y actualmente
reside en Los Ángeles en donde escribe la columna
Gente de Los Ángeles que se publica semanalmente en el
diario La Opinión.
Como el ave fénix, vuelven a renacer, alimentados de sus
propias cenizas. La vida los separa con su implacable ritmo
norteamericano, pero ellos se juntan una y otra vez, y ya bien
de noche, cuando Los Ángeles duerme lista para gozar el
domingo, los miembros del grupo literario, los ojos como
platos, esperan pacientemente su turno para levantarse y leer
sus creaciones. Son poetas, cuentistas, ensayistas, y también
músicos y cantantes de América Latina; el tercer sábado de
cada mes se reúnen con sus manuscritos, el corazón
palpitando de la ansiedad cuando se abren de arriba abajo y
dan a conocer al mundo, a través del grupo, lo que han
escrito.
Son La Luciérnaga, una peña literaria que se reúne
generalmente en Northridge y el anfitrión Néstor Fantini, mi
amigo cordobés, cuya experiencia como ex preso político
durante la guerra sucia en Argentina lo establece, me dice, co-
mo “un experto en tortura” de parte de Amnistía Internacional,
simboliza ese espíritu de ave fénix resurgente. Los grupos li-
terarios en español de Los Ángeles, que nacen y mueren y
nacen otra vez, reflejan los deseos de los inmigrantes de
mantener su cultura viva, es decir, en crecimiento. Al escribir,
los cuentistas y poetas de La Luciérnaga vienen de los
paisajes de allá lejos y hace tiempo; pero pasan los años y
Los Ángeles comienza a aparecer en sus visiones y sus mil
calles se transforman en otros tantos Macondos. Y así se
trasluce el potencial de que surja una corriente nueva, de un
milagro posible, que ésta deje de ser una generación forjada
en el exilio para derretirse en una ciudad de nombre español y
que ya es, casi, tan hispana como Guadalajara o Bogotá.
Son de toda América Latina y Europa: Argentina, Chile,
Colombia, Nicaragua, España. Algunos son mexicanos pero
relativamente pocos. ¿Por qué?
“Creo que la ubicación de La Luciérnaga en el Valle de San
Fernando determina esta composición, aunque hay gente que
viene de Long Beach, del condado de Orange, hasta de Santa
Bárbara”, me dice Fantini, quien desde hace 17 años enseña
historia en la secundaria John Monroe de North Hills. “Pero
quisiéramos promover a todos los sectores de la comunidad”.
Manuel Portella, un veterano representante de artistas, toca el
violín: El día que me quieras, y lo cantamos a voz de cuello.
Rafael Figueroa, vestido de paisano argentino, anuncia el
lanzamiento del “Centro Gaucho Martín Fierro”.
Es un sube y baja la cantidad de gente que viene, dice
Fantini. “Cuando retomamos La Luciérnaga después de 10
años, éramos tres. Después 12; cuando establecimos el sitio
de internet www.la-luciernaga.com crecimos a 25 y durante
varias veces llegaron más de 50”.
El sábado fueron 34. Algunos, sólo espectadores; la
mayoría escritores y músicos. Uno a uno se paran en el
centro de la habitación y serios, leen, cantan, interpretan.
Arrastrando una carreta de ejes sin engrasar cuesta arriba,
siguen creando. También ellos son gente de Los Ángeles.
Comentarios a gabriel.lerner@laopinion.com.
Este artículo fue publicado el 19 de
mayo de 2008 en la columna Gente de
Los Ángeles del diario La Opinión.
© La Luciérnaga Online, 2008
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