LA LUCIÉRNAGA
Un encuentro de poesía, narraciones y música
AGOSTO 2008
AGOSTO 2008
DEL EDITOR
....En la peña de julio, en medio del verano de Northridge, leímos nuestros poemas y cuentos y cantamos con
Elvira, Horacio y Alberto y, por supuesto, brindamos con merlots y cabernets. Entre las tres docenas de
participantes, que estaban más bulliciosos que nunca, se destacaron algunas caras nuevas. Entre ellas, las
de Armando Blanco, Celerino Hernández, Lali Sorrentino y Patricia Zepeda. "La noche fue tan acogedora que
eran las cuatro y media de la mañana cuando, finalmente, nos fuimos a dormir", dijo Cecilia Davicco.
....Pero la peña es más que la algarabía de sus reuniones mensuales. Días antes, por ejemplo, los miembros
fundadores se habían reunido en el centro de Los Angeles a decidir temas relacionados con su
funcionamiento y con proyectos a mediano plazo. Entre lo acordado, se destaca la decisión de transformar a
La Luciérnaga en una organización sin fines de lucro. Algo que ya está encaminado a través de la Secretaría
de Estado de California. Además, continuaron las animadas discusiones orientadas a crear una editorial.
....En esta edición de La Luciérnaga Online publicamos tres poemas de Margarita Noguera, una poetisa
cubana que reside en EEUU. Si bien sus imágenes son de puertos con veleros que se pierden en el horizonte
y encuentros otoñales, en realidad, ellas encierran la constante búsqueda de ese símbolo universal que en
uno de sus poemas Noguera caracteriza como "el amor envuelto en una ola rosa". También presentamos un
cuento de nuestro ya bien conocido José Manuel Rodríquez quien, en una intersección de realidad y ficción,
encuentra a una "sobreviviente de la vieja guardia" que le trae los perturbadores recuerdos de una tierra y un
tiempo de caos.
....Finalmente, la próxima peña, de nuevo con versos y narrativa, música y alegría, tendrá lugar en la casa de
Celia y Gabriel Lerner, en East Los Angeles, en muchos sentidos, el corazón de este gigantesco condado de
multifacética diversidad y, por ende, tan lleno de vida y creatividad. Esperamos, amigos, verlos a todos.
Néstor Fantini
P O E S í A S
Mi imaginación está de asueto,
me sentaré en una de las rocas del puerto
a ver los veleros
que se pierden uno a uno
en la línea del horizonte.
Esperaré la puesta del sol
para verlos perdidos en esa línea roja,
tratando de encontrar otro velero para continuar
ese viaje de viento, espuma y cordajes trepidantes.
Tal vez, al regreso
me traiga el amor envuelto en una ola rosa,
como aquel que dejé en otra orilla,
lo sabré cuando música de caracoles y delfines
toquen su sirena..
La suerte anda suelta,
lleva en sus brazos un regalo
como bouquet de novia,
lo soltará cuando llegue al puerto…
La imaginación anda de puntillas y de asueto…
LLEGADA
El atardecer llegó
calmando el sol que azotaba la costa.
Lo vi cayendo,
línea roja y ardiente
estimulando mis ansias.
Al fin la noche llegó
y sentí tu pasos presurosos en el corredor,
después…el sonido feliz
de tu sobretodo cayendo
sobre la butaca grana,
abriste mi puerta
y mis ojos se cerraron en los tuyos!
ENCUENTRO
Quiero encontrarte en esta tarde otoñal,
salir al balcón lleno de flores y pájaros
y verte caminar por la calleja que da a mi puerta,
sentir tu mirada delatora
que mira hacia arriba…
La tarde va cayendo poco a poco
y juntos vemos la línea roja que besa el horizonte,
abrazados vemos como la noche comienza
envolviéndonos con su cobija tibia y amorosa.
Te sabes deseado.
El amanecer llega con su frescura,
me cubres con tus brazos, nos besamos,
vemos por las persianas que la mañana llega.
Nos lo dice
el alboroto de los pájaros,
la brisa que nos trae el aroma de las flores,
y nuestros cuerpos que se recuestan uno contra el otro
fatigados, sintiendo la dulzura dejada del amor…
LOS VELEROS
Margarita Noguera
Margarita Noguera nació en Cuba donde comenzó
su vida literaria, después junto con sus dos hijos
arribó a Puerto Rico. Durante muchos años ejerció
la docencia en los Estados Unidos. Es autora del
poemario Entre Arco Iris y Nubarrones (2008).
Saúl Rudelir, Julio Benítez, Gabriel Lerner, Lali Sorrentino y
Cecilia Davicco en un intermedio de la peña (CD)
Más fotos del evento en la página >QUIÉNES SOMOS
E N S A Y O S
CADENA PERPETUA PARA EL GENERAL MENÉNDEZ
Néstor Fantini
Luciano Benjamín Menéndez
Ilolay 3269
Bajo Palermo
5000 Córdoba
Argentina
Estimado Sr. Menéndez:
Mi nombre es Néstor Fantini y soy un argentino que siempre
sintió los sentimientos más nobles por su patria. Si bien
actualmente resido en Estados Unidos, en otros tiempos, que
cada vez cuesta más reconstruir en mi memoria, vivía en Bajo
Palermo, en una casa de tejas rojas y un jardín verde
inolvidable que está a solamente cuatro cuadras de donde
usted está cumpliendo su arresto domiciliario.
En esos años de mi infancia, de donde todavía llega la risa
jovial de mi madre e imágenes de una hermanita traviesa,
asistía a la muy selecta Academia Arguello, una escuela para
los hijos de los ejecutivos estadounidenses que trabajaban
en la fábrica automotriz Kaiser. Después tuve el honor de
ingresar al Liceo Militar General Paz en donde no solamente
"me hicieron un hombre", como solía decir mi madre, sino
que también desarrollé el profundo amor por mi patria que
jamás me abandonó.
Pero fue casualmente en esa época del Liceo, en la
turbulenta década de 1960, que junto a matemáticas e
historia también aprendí temas relacionados con la economía
y la política que comenzaron a despertar mi imaginación y,
aún más importante, a generar preguntas y
cuestionamientos. ¿Cómo era posible que mis profesores,
que incluían a coroneles retirados, médicos y abogados, me
hablaran de la importancia de instituciones democráticas, me
decía, mientras al mismo tiempo los militares interrumpían el
orden institucional, derrocaban gobiernos elegidos por el
pueblo e imponían por la fuerza su agenda política?
Fue esa contradicción y los aires de cambio social que
permeaban por el mundo, presentes en la resistencia
vietnamita, las aspiraciones independentista de nacionalistas
africanos, el activismo del movimiento estudiantil, lo que tal
vez influyó en la psiquis de mi generación y nos motivó a
soñar en un futuro mejor.
Aunque usted no lo crea, Sr. Menéndez, la mayoría de los que
se unieron a las organizaciones políticas que promovían
reformas y a las que hasta proclamaban slogans
revolucionarios, en realidad eran jóvenes con una profunda
lealtad nacional. Muchachas y muchachos que simplemente
aspiraban a que en la Argentina hubiese una distribución más
equitativa de la riqueza nacional y que los argentinos (y no las
juntas directivas de corporaciones o Departamentos de
Estados ubicados en capitales extranjeras) fuesen quienes
tomaran las decisiones fundamentales que determinasen
nuestro futuro politico.
Pero para sus colegas de la época, los generales, almirantes
y brigadieres de las Fuerzas Armadas, la realidad era
interpretada desde el prisma de una remota Guerra Fría que
tenía sus orígenes en las contradicciones entre las
superpotencias y no en las problemáticas regionales. La
pobreza milenaria de las coyas jujeñas, las demandas
salariales de los obreros del cordon industrial de Villa
Constitución, el descontento estudiantil en la efervescente
Córdoba, han sido influenciados por el contexto histórico
internacional, pero sus causas fueron, son y serán
esencialmente locales.
Esa obsesión anticomunista, señor, los llevó a la
antidemocrática decisión de derrocar al gobierno
constitucional en ese fatídico 24 de marzo de 1976 y a usar la
excusa del peligro guerrillero (numerosos estudios
claramente señalan que para esa época estas fuerzas ya no
tenían ninguna capacidad operacional que amenazase la
hegemonía del estado) para iniciar un Proceso de
Reorganización Nacional que tuvo el triste privilegio de
introducir el terrorismo de estado en la Argentina.
De Ushuaia a La Quiaca, el país se pobló de centros
clandestinos de detención, se oficializó la tortura, el
secuestro, las ejecuciones extrajudiciales, el robo de bebés,
el tirar a prisioneros drogados desde aviones en las oscuras
aguas del océano, el despojo de los bienes de los
arrestados. Las cárceles se llenaron de trabajadores,
estudiantes, profesionales, sacerdotes, periodistas, amas de
casa, cuyo delito fue simplemente participar de una
manifestación, escribir un artículo crítico del general Jorge
Rafael Videla, pedir un aumento salarial o, los más
desafortunados, aparecer en una agenda telefónica de un
detenido. De acuerdo a Amnistía Internacional, 30,000
hombres, mujeres, ancianos y niños desparecieron para
nunca más volver, miles terminaron en cárceles políticas o en
el exilio.
Usted, Sr., era el general de división que estaba a cargo del
IIIer Cuerpo de Ejército, que tenía jurisdicción sobre Córdoba.
Una de las provincias en donde ocurrieron las crueldades
más destacadas de la represión. Usted es responsable por
la tortura, las ejecuciones, el inhumano horror que tuvo lugar
en centros clandestinos de detención como La Perla, el
Campo de la Ribera, la Hidráulica del Dique San Roque, el
Departamento de Informaciones 2, la UP1, que estaban
desparramados en barrios, cuarteles y pequeñas localidades
de nuestra Córdoba.
Lamentablemente, señor, usted nunca tuvo la valentía de
asumir responsabilidad por sus fechorías. Algunas de las
cuáles, como bien sabe, las comandaba personalmente en
esas operaciones nocturnas en las que le gustaba que lo
llamasen por su nombre de guerra: la Hiena. Usted es
responsable por la tortura de indefensos, los fusilamientos
sin juicio, las desapariciones arbitrarias, el inconcebible robo
de bebés inocentes. Responsable por esa sensación de
miedo, desesperanza, que ensombreció la región.
Los soldados, señor Menéndez, pelean de frente, como
verdaderos hombres. Usted y sus soldados, que abusaron a
civiles indefensos, avergüenzan la honorable tradición
sanmartiniana y los valores fundamentales de una sociedad
democrática.
Yo, señor, soy uno de los que lograron sobrevivir el horror de
su Guerra Sucia. Me fui a América del Norte, terminé la
universidad y tuve un hijo maravilloso que ilumina mis días. Y
hoy, en este país de oportunidades, tengo ese estilo de vida,
esos valores, por los que mi generación luchó y que usted
negó a esa triste Argentina de la década de 1970. Que Dios
lo perdone, Luciano Benjamín Menéndez, y le dé la
tranquilidad que seguramente no tiene porque, al menos yo,
quiero que pase el resto de su vida detenido en esa casa de
rejas verdes, de Bajo Palermo, en donde una tarde de un
verano reciente lo vi caminar cabizbajo en el patio, cuando le
mostré a mi hijo en donde vivía un criminal.
Atentamente.
Néstor Fantini
El 24 de marzo de 1976, los militares argentinos
derrocaron al gobierno constitucional, cerraron
el Congreso Nacional, nombraron nuevos
miembros de la Corte Suprema de Justicia,
intervinieron universidades y sindicatos y
prohibieron la actividad política. De acuerdo a
Amnistía Internacional, 30,000 hombres, muje-
res y niños desaparecieron, miles más fueron
torturados o enviados a prisiones y decenas de
miles se exiliaron en una Guerra Sucia que se
transformó en uno de los ejemplos más
sangrientos del terrorismo de estado en el cono
sur latinoamericano.
En este traumático período de la historia na-
cional, Néstor Fantini fue un prisionero político
(a disposición del Poder Ejecutivo
Nacional) en centros de detención de
Córdoba, Sierra Chica y La Plata. Durante esos
cuatro años de horror, las experiencias más
inhumanas las vi- vió en la UP1 que estaba
bajo el control del comandante del IIIer Cuerpo
de Ejército, el ex general de división
Luciano Benjamín Menéndez, uno de los
líderes militares más crueles del
proceso. Allí, entre abril y diciembre
de 1976, 28 jóvenes argentinos fueron
fusilados por órdenes del general.
El 24 de julio de 2008, finalmente un tribunal
federal condenó a Menéndez, y a otros siete
asociados, por el secuestro, tortura y asesinato
de cuatro activistas políticos a fines de 1977. El
otrora poderoso general, que decidía quien vivía
y quien moría, fue sentenciado a cadena perpe-
tua, a ser cumplida en una cárcel para criminales
comunes. La siguiente es la carta que Fantini
le envió al ex general (publicada en MUNDO LA)
cuando se cumplió treinta años del golpe militar.
Néstor Fantini es un sobreviviente de la Guerra Sucia
argentina que reside en Los Angeles. Aparte de su
experiencia profesional como docente y periodista, su
interés por la literatura lo ha motivado a involucrarse en
numerosos eventos culturales y organizaciones. Algunos
de sus cuentos aparecieron en La hoja, Mirando hacia el
sur y otras publicaciones. Actualmente es editor de La
Luciérnaga Online.
CARTA
El general Luciano Benjamín Menéndez
cuando intenta atacar con un puñal
(mano derecha) a manifestantes que lo
criticaban. >VER VIDEO
Entrevista de la filial de NPR en Sacramento sobre la tortura
PARTICIPANTES:
NÉSTOR FANTINI
ex prisionero político
CHIP PITTS
profesor de Stanford University y ex presidente de Amnesty International USA
MARMUL AHSAN KHAN
refugiado y profesor de leyes de UC Davis
R E F L E X I O N E S
Rafael Carvajal
MÁXIMAS Y MÍNIMAS
Mientras el optimista cree que vivimos en un mundo mejor, el pesimista teme
que sea cierto.
La mente es la base del cráneo.
En realidad haría falta un enemigo excepcional para hacerle daño a la imagen y
los intereses de Estados Unidos en la medida que ya lo han hecho tanto el
presidente como el vicepresidente.
Si el precio del petróleo crudo está tan alto, ¿cuánto costará cocinado?.
Lo irrompible es inquebrantable.
Que alguien me explique: ¿Por qué los adivinos no ganan la lotería?
Hay países en los que la justicia está fuera de la ley.
Aquel que después de cinco infartos no se ha muerto, es porque se está
pasando de vivo.
El inmigrante tiene que demostrar su talento para sobrevivir, de la mejor o de la
peor manera posible, en un ambiente donde la dignidad humana se puede
revelar como una sorpresa que bordea lo insólito.
El celular es tan oportuno que suena en momentos y lugares menos oportunos.
La gota de agua es una lágrima sin dueño.
Definición de Influyente: Intermediario entre la necesidad y el poder.
Rafael Carvajal es un narrador colombiano que reside en Los Angeles. Asiduo
participante de peñas literarias locales es reconocido por escritos que
recogen dichos y refranes típicos de nuestra cultura. Algunas de sus
reflexiones se publican mensualmente en Tiempo Sur.
El espíritu es muy extraño. Tiene una obligación de crear.
Mircea Eliade
La poesía da más placer cuando no es completamente entendida y sólo en general.
Samuel Coleridge
La poesía debe de decir la nada que no se puede expresar. ¿Existe el poema sin lectores?
Elsa Frausto
La claridad es necesaria en la ciencia pero en la literatura, no. Ver con claridad es filosofía. Ver claro en el misterio es literatura.
Pío Baroja
La poesía es la revelación de un sentimiento que el poeta cree ser interior y personal y que el lector reconoce como propio.
Salvatore Quasimodo
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LA POESÍA, ¿QUÉ ES?
© La Luciérnaga Online, 2008
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C U E N T O S
VIRA VIROU
José Manuel Rodríguez
El teléfono mudo al contraluz de la gente me castiga. Antes.
Ayer o anteayer, pensé por un instante ser el más feliz del
mundo, el único. Subiendo la escalera me imaginé tocar en el
apartamento 502 para repartir a todos mi alegría entre tanta
muerte. Son fabulosos los lugares comunes cuando uno es
el protagonista. Después de tantos pasos una noche me
sorprendí en sus ojos, en sus manos, en sus labios
temblorosos que estremecían el planeta entero. Lejos de la
lucha y del hambre, del calor que envenena, estábamos los
dos platicando entre las colchas de gentes que desconozco y
de ciudades lejanas. Nunca supe su nombre, llámame como
quieras, me dijo al principio. Venía del sur con un plan
específico y yo era su puerto de llegada y de partida. Mis
amigos, esas puertas que uno abre para siempre, estaban
muertos desde hace mucho tiempo y el silencio y la soledad
del estruendo en esta ciudad de odio te corrompen el alma.
Hundido en la sobrevivencia por años le di la espalda a mi
vida entera. Me revestí de acero y engarroté mis ansias, mis
pasos, las calles y los parques para no cuestionarme sin
respuesta. Las reuniones secretas y el dolor de saberme
para siempre amarrado, inerme, en una parrilla en la que
fuimos rostizados a placer se convirtieron en aditamentos de
una vida ajena y lejana, nunca mía. Transformé los sueños
en odio atosigado y mis ojos que antes simularon contemplar
las pirámides liberadoras se hicieron mariposas inútiles que
sobrevolaban sin molestar a nadie en mi cuarto. El confort de
una televisión, un trabajo y una cena de microondas me ganó
poco a poco. La desesperanza es una ventana fácil al
suicidio y las noticias con que nos inundan no dan mucho
margen a la alegría. Todo empezó en el fin. Harto de platicar
tristezas con mi lejano hogar un día le dije adiós a mi
hermano para siempre. Hoy empieza mi tercera muerte, le
dije. Anclado en una tierra que me desconoce no puedo salir
ni tener nombre ni apellido. Mi hermano en silencio me dio la
razón. Tus razones ya no son las mías, me dijo, y tu país ya
no existe, fue un espejismo, una estatua rota en mitad del
desierto. Sin dolor, con una mezcla sádica de lágrimas y de
expiación le dije adiós a mi niñez y a todo lo que significaba
Colombia para mí. En últimas a quién le importa dónde
naces, dónde luchas, dónde te revientas como un saco de
cenizas que a nadie pertenecen. Ese día caminé por el único
sitio al que conducen todos los caminos que es al centro
comercial con una sonrisa de recién nacido, para ser más
preciso de recién muerto. El amor fraternal es un cheque
directo que lo perdona todo, especialmente nos perdona a
nosotros los descorazonados, siempre con los brazos
abiertos y con la palabra justa para levantarnos del suelo,
para limpiar nuestras heridas y nuestras pestilencias. Quero
ver o passaredo pelos portos de Lisboa, voa, voa que eu
chego ja, cantó ella ante mi pedido. Ella, sobreviviente de la
vieja guardia, venía a California por un asunto que a ti no te
importa, me dijo. Militante a la antigua se emocionaba aún
maquilando plantones y ajusticiamientos en masa. Frases
repetidas hasta el hastío nos provocaban una risita triste.
Silvio y Pablo escuchados en la oscuridad y enredado con un
cuerpo sudoroso de tigre y de pantera adquieren una
trascendencia divina que hace posible lo imposible, el
hombre nuevo, la juventud inacabada y la magia de ser uno
con la multitud. Esa fue la suprema venganza de mi hermano
al adiós. Te buscan tus amigos y yo les di tu número, me dijo
contraviniendo el acuerdo tácito de no recordarle a nadie que
aún existo. Persecuciones, coches en la noche y patadas en
la puerta del cuarto, todo ese maremágnum imaginé que me
iría a ocurrir ahora que ya estaba al descubierto mi presencia
en el mundo. Días después de la última charla con mi
hermano ya me había serenado. El silencio y el verano
inclemente habían acomodado las cargas ubicándome dentro
de esta realidad que ya no me precisa. A decir verdad nunca
fui más que un engranaje, una garganta seca, un número en
el papel mientras los torturadores se reventaban de la risa
mirando una película. Dos meses en la cresta del odio en un
sótano que hoy no sabría ubicar y un par de años de encierro
me arrancaron las ganas de ser yo. Frente a mí la vida, ese
temblor inocuo que resplandece, se apagó en mis amigos
hasta dejarme solo y sin palabras en un rincón de la celda. El
golpe de gracia fue salir temblequeante a las calles a
toparme con la indiferencia, con la alegría vendida de los
ciudadanos que habitaban un planeta feliz. Muertos de
hambre y apuñalados por los cuatro costados, sin rostro, sin
memoria, eran felices gritando gol, cumbia, cuidándose de no
mancharse con los ríos de sangre que recorrían la ciudad
impávida. Sin más un día le dije adiós a todo y me vine a
guardar a esta ciudad. Como todos me inventé un pasado
feliz y me dediqué a la labor de consumir y de hacerme viejo.
Ahora sí solo en el mundo arranqué las enredaderas que me
ligaban con Colombia hasta que una tarde el teléfono restañó
en mis manos. Si, soy yo, respondí. Lejísimos una voz
susurró mi nombre de campaña. Nito Champaña, me dijo.
Medio en broma medio en serio ese nombre identificó mis
pasos oscuros en la ciudad tomada muchos años atrás.
Temblando y aunque nadie lo supiera a contramano de mis
creencias recuerdo que en esos momentos hubiera deseado
que el dios de mis padres existiera de veras y que alejara a
mis enemigos, que son los enemigos de todos, de mis
pasos. El silencio admitió quien era yo. Estoy en el
aeropuerto y necesito un guía, dijo la voz ordenándome salir
de la modorra. No puedo, el coche está descompuesto, el
trabajo me apura. En un segundo todas las alarmas se me
dispararon y con trabajos dije sí queriendo decir no.
Después del humo y del estruendo muchos años atrás en la
Bogotá tomada todo se convirtió en caos. Gritos, carreras,
persecuciones y allanamientos. Mi casa fue un revolcadero
de sobrinos y de trapos buscando por mí. A golpes nos
sacaron las palabras o se las inventaron. En una inacabable
noche sin día nos mataron las ganas a picanazos. Las
palabras no encierran tanto dolor, tantas ganas de que el
maldito cuerpo explote y que llegue la muerte que no llega.
En una comunión carnal que hermana ellos y yo compartimos
el dolor que derriba fronteras y que señala a los seres
queridos. Ellos, los desdichadores, los del dolor,
preguntaban sin descanso trabajando atareados en mi
cuerpo que hasta ese momento siempre había sido un aliado
mío y no un enemigo. Con un esfuerzo para caminar bien,
disimulando las secuelas de la artritis, me vestí y me interné
en las autopistas rumbo de una ventana abierta hacia el
pasado. Avejentada pero aún, porque no decirlo, comestible
para su edad la mujer que venía desde el sur con una
familiaridad antigua se dejó llevar desde el aeropuerto hasta
la estrechez de mi cuarto. Estaba cansada, exhausta, sudada
y reventándose de rabia por tanto inconveniente capitalista.
Cómo te llamas, pregunté envarado sentándome en el único
sillón mientras ella se sentaba en la cama estrecha del cuarto
estrecho. Juana Azurdui, me dijo en una vieja broma del
pasado que yo no capté. Interesada a medias en los cómos y
porqués me preguntó un par de cosas acerca de los Estados
Unidos, nada nuevo, se tambalea y se cae, estamos ante el
derrumbe que se llevará todo, y dos o tres frases mas de
cajón le dije para impresionarla, pero ni así. Me preguntó si
se podía fumar, hablar, putear a gritos en mi casa, y yo le dije
que no. Todo está prohibido, le dije, pero la llevé afuera y los
dos nos sentamos mirando el callejón, una pared
garrapateada por los pandilleros y un horizonte de botes de
basura y de sillones rotos. Fumamos un rato en silencio.
Sus manos arrugadas y largas me hablaron de otros tiempos,
de una edad que su rostro escondía. Apuesto que se pinta
los cabellos de negro, pensé, y es que nunca he sido ni
remotamente observador. Qué me ves, me dijo, soy o me
parezco, y se reía quedo, sin ganas, con los labios apretados.
Al principio soltó a medias las frases y luego al tararear una
vieja canción del negro Heredia se creó la magia y nos
hermanamos en un pasado común y esperanzado. Ella
venía de lejos, de un país, de una ciudad, de un estado
castigado como pocos y que aún en pie le daba cara al sol.
Asentimos los dos sabiendo que eso no era cierto.
Esperpentos de otra época aún queríamos darle vida a las
palomas de barro para verlas volar. Buscamos puntos
comunes, amigos, nostalgias, hasta que la madrugada de los
gatos nos sorprendió sin un pucho más para fumarnos.
Borracho de humo y sueño me quedé doblado en dos en el
sillón mientras ella miraba por la ventana abierta hacia el
verano, eso fue lo ultimo que vi la primera noche antes de
dormirme. Vira virou fue la canción que nos despertó el
hambre. Ah! Vira virou, meu coração navegador, ah! gira girou
essa galera, cantó en un portugués aprendido a patadas en
una prisión de Sao Paulo de donde fue trocada por varios
prisioneros de regreso a su patria, al encierro, al odio, al
olvido. No quise saber qué hacía ni dónde, ni con quién, ni
ella tampoco me lo dijo. Tácitamente comprendimos quiénes
éramos así que sin aspavientos fue más fácil fingir que aún el
hombre nuevo impetuoso deambulaba por entre las cañadas
y los cinturones de miseria de nuestros países a aceptar que
éramos especimenes de museo en peligro de extinción. Con
las rodillas chuecas, los codos inflamados y unos lentes de
culo de botella me di a la tarea de alcanzar el sol y de ponerlo
a sus pies. El día amanecía antes de que saliera la estrella
del oriente y las horas de trabajo eran un suplicio que me
alejaba de su voz, palabras textuales, de borracha. Faltando
tres días para su partida me di cuenta que ella total era la
razón de todas mis cosas. Envarado como un adolescente la
abordé en la cocina y me sentí, si existiera dios, tal como se
debe sentir él las 24 horas. Su abrazo era un abrazo lento y
apretado. Sus cabellos gruesos y de raíces blancas sobre el
negro brillante olían a baño caliente y metódico. Despacio la
besé y mis manos torpes y poco gráciles la recorrieron
despacio. Vira virou, le dije en los labios desnudándola
despacio, contemplando extasiado su cintura, las cicatrices
que el cigarro, que el látigo, que los golpes habían dejado en
su cuerpo. Hecho ex profeso para el odio y la indiferencia mi
cuerpo, y yo con él, nos acostumbramos rapidito al amor.
Torpe, con cuidado, como quien acaricia una montaña de
agua, los días restantes se fueron en un soplo. Vira virou,
gritó desde la entrada del aeropuerto. No quiero despedidas
ni lágrimas, me dijo, y se alejó luchando con su maleta negra
mientras yo la observaba convertirse en un punto en la
distancia. Un punto renegrido y repleto de revolución que se
lo llevó todo sin regreso posible.
José Manuel Rodríguez es un cuentista y novelista
que nació en Bogotá, Colombia, en 1966. Egresó del taller
de escritores de la Universidad Central y de la Universi-
dad Externado. Entre 1983 y 1988 participó del grupo
literario Tinta Fresca y actualmente es miembro de La
Luciérnaga. Su trabajo fue reconocido con prestigiosos
premios como el Letras de Oro, Miami; Premio Fernando
de la Mora y Juan Rulfo, París; y un Premio de la Revista
Crisis, Buenos Aires. Desde 1988 reside en California.