LOS HOMBRES QUE SOY
Enternecido por mis propios desvelos
desventuras
me doblo
me vengo obediente
giro acorde con el firmamento
que alguna vez fue de cerezos y aguas lilas
y hoy contiene tus ojos achinados
por el deseo y el esfuerzo
y a veces soy un montón de hombres
o de pensamientos
que duermen acosados
se agitan sin aparente causa
como tallos podridos por el eco de la miseria
bajo la luz de la luna seca y tuerta
en el estiércol
en donde sea posible habitar la vida
o al menos esperarla mientras todo cambia
soy un montón de hombres previstos
inocentes
varones de barro
seres traslúcidos
soldados de papel
que cruzan el pantano
y que no se manchan
sus manos resbalan
no aguantan la pendiente tropiezan
apresuran el paso y aligeran la carga
porque huyen delante de los perros famélicos
y de otros hombres
solos espantados inútiles sin aliento
insomnes
vacíos como el viento que los crea.
Ellos son como yo
quienquiera que yo haya sido
si tu versión de turrón y otras mentiras
o yo ese cuento maravilloso
que se contaba mi madre
que se sienta contigo a la mesa
se duerme a jirones después de amarte
todos son como el triste consuelo
que resulta a la larga ser hombre
tibios blandos cansados
demasiado pobres como para incurrir
en los beneficios y conveniencias del ser vivo
eso es inherente a la gente de mi raza
que tengan
el blanco del ojo brillante
la cabeza agachada
por el peso de la culpa
el ceño fruncido
y la mirada definitiva y triste
en su semblante de cera.
Un encuentro de poesía, narraciones, arte y música
Un encuentro de poesía, narraciones, arte y música
Un encuentro de poesía, narraciones, arte y música
Morir sería como estar flotando
revolcado en sábanas vegetales
esta cama cierta negra maga tuya
alienado entre el cieloraso y el agua
que no cesa
desde la cristalina efigie de tu boca
tenso el cuello y a punto de esfumarse
por el reverso lado oscuro de mis dientes
podría morir ahora
flotando en esta cama negra
pero prefiero sumergirme
en un inventario de llegadas y reveses
alimentar cierto tipo de intento
saturado de silencio
por eso piso la losa fría
de tanto llorar que no me dejes
y revivo la escalofriante
glaciación de los mensajes
y sueño con la viva condición
de un momento que se asiente
se afirme y me convenza que estamos juntos
al ver tu cuerpo en cruz
crispado por acallar los malos sueños
y a las mañanas augurarte
que descanses que descanses
y besar tu oreja sin despertarte
en señal de mi partida
oh espejo cama espejo
tibio duro inmenso salvaje
nube a punto de madurar y dar frutos
late la cama espejo espejo
y se contrae como útero
late la cama espejo
y me muero un poco
cuando tu pierna me abarca y levanto
sería morirme
agitar los brazos lerdos
como caña de pescar
soy una libélula bajo el sol
y me cosquillea el levísimo peso de las alas
atormenta el recuerdo
de su fragor de hélices
por sus connotaciones de guerra
y rescates malogrados
y es inevitable que me estire
empapado de un líquido primario
insecto tardío
arrebatado de goce
ante tu embestida
o bien es tu mano que se extiende
y que cubre mi frente
acallas un clamor que me cruza el pecho
cuando me encomiendo
al intento sincero de seguir viviendo
al mencionar los nombres
de tus dioses nuevos.
de El ciclo del amor
GABRIEL LERNER es un poeta, narrador y periodista
argentino. Es director editorial de Voces, del Huffington
Post, y miembro del Consejo Editorial de La Luciérnaga
Online. Autor de varios libros, acaba de publicar la
segunda edición de Soldados de papel.
Como el ave fénix, vuelven a renacer, alimentados de sus propias cenizas. La vida los separa con su
implacable ritmo norteamericano, pero ellos se juntan una y otra vez, y ya bien de noche, cuando Los
Ángeles duerme lista para gozar el domingo, los miembros del grupo literario, los ojos como platos,
esperan pacientemente su turno para levantarse y leer sus creaciones. Son poetas, cuentistas, ensayistas, y
también músicos y cantantes de América Latina; el tercer sábado de cada mes se reúnen con sus
manuscritos, el corazón palpitando de la ansiedad cuando se abren de arriba abajo y dan a conocer al
mundo, a través del grupo, lo que han escrito.
Son La Luciérnaga, una peña literaria que se reúne generalmente en Northridge y el anfitrión Néstor
Fantini, mi amigo cordobés, cuya experiencia como ex preso político durante la guerra sucia en Argentina
lo establece, me dice, co- mo “un experto en tortura” de parte de Amnistía Internacional, simboliza ese espíritu
de ave fénix resurgente. Los grupos li-
terarios en español de Los Ángeles, que nacen y mueren y nacen otra vez, reflejan los deseos de los
inmigrantes de mantener su cultura viva, es decir, en crecimiento. Al escribir, los cuentistas y poetas de La
Luciérnaga vienen de los paisajes de allá lejos y hace tiempo; pero pasan los años y Los Ángeles
comienza a aparecer en sus visiones y sus mil calles se transforman en otros tantos Macondos. Y así se
trasluce el potencial de que surja una corriente nueva, de un milagro posible, que ésta deje de ser una
generación forjada en el exilio para derretirse en una ciudad de nombre español y que ya es, casi, tan
hispana como Guadalajara o Bogotá.
Son de toda América Latina y Europa: Argentina, Chile, Colombia, Nicaragua, España. Algunos son
mexicanos pero relativamente pocos. ¿Por qué?
“Creo que la ubicación de La Luciérnaga en el Valle de San Fernando determina esta composición, aunque hay
gente que viene de Long Beach, del condado de Orange, hasta de Santa Bárbara”, me dice Fantini, quien
desde hace 17 años enseña historia en la secundaria John Monroe de North Hills. “Pero quisiéramos
promover a todos los sectores de la comunidad”.
Manuel Portella, un veterano representante de artistas, toca el violín: El día que me quieras, y lo cantamos a
voz de cuello. Rafael Figueroa, vestido de paisano argentino, anuncia el lanzamiento del “Centro Gaucho
Martín Fierro”.
Es un sube y baja la cantidad de gente que viene, dice Fantini. “Cuando retomamos La Luciérnaga
después de 10 años, éramos tres. Después 12; cuando establecimos el sitio de internet www.la-luciernaga.
com crecimos a 25 y durante varias veces llegaron más de 50”.
El sábado fueron 34. Algunos, sólo espectadores; la mayoría escritores y músicos. Uno a uno se
paran en el centro de la habitación y serios, leen, cantan, interpretan. Arrastrando una carreta de ejes
sin engrasar cuesta arriba, siguen creando. También ellos son gente de Los Ángeles.
Comentarios a gabriel.lerner@laopinion.com.
Es el fin de noviembre; con los primeros fríos –un concepto muy relativo para una ciudad como Los Angeles-
llegan las costumbres, evocaciones y percepciones de fin de año. Aquí, donde el consumo es rey, Franklin
Delano Roosevelt instauró el día de Acción de Gracias, Thanksgiving Day, a estas alturas para proporcionar
seis semanas para las compras navideñas.
....En otros años, es rigor: se compran regalos para familiares y amigos; enseres domésticos, aparatos
eléctricos, y quien lo puede, computadoras, máquinas fotograficas, televisores digitales... Largas filas se
forman desde el amanecer frente a las principales tiendas de cadena, que gastan millones en publicidad
insertando sus folletos en los periódicos.
....Por la situación económica, por la ansiedad, las supertiendas adelantaron su horario de apertura. El mall de
Montebello inicia las ventas a las 4 de la mañana, las tiendas Target a las 4:30. Prometen café.
....El temor de los comerciantes es que hayan desaparecido las filas de compradores frenéticos.
....Porque este año, las largas filas se forman en otra parte: en los bancos de comida, en los centros de
repartición de pavos, en las oficinas de trabajo, en las ventanillas de ayuda para propietarios que confrontan el
embargo de sus casas.
....Sin aviso, una iglesia en el Inland Empire abrió una ventana para repartir comida. Más de 2,200 personas
acudieron. En Whittier, una repartija anual esperaba unas 2,000 familias. Llegaron más de 5,000, lo que
mereció la foto principal del día siguiente en la portada del Los Angeles Times: familias enteras empujando
carritos de supermercado con algunas bolsas adentro.
....Todas las familias eran latinas.
....Es tradición que en los días de Thanksgiving actores, supermodelos y políticos de segunda se apilan frente
a las cámaras para que éstas los capten repartiendo comida a los pobres. Para ello, van al refugio de la
Misión en Skid Row, que es el centro nacional de los homeless, los desamparados.
....Frente a sus ollas humeantes y sus figuras con gorritos blancos de falsos cocineros se forman más filas.
....Hasta ahora eran en su mayoría de homeless afroamericanos. Gente del lumpen, adictos, alcohólicos.
....Quien mire entre ellos verá mujeres y hombres de mediana edad, hispanos.
....Son los nuevos pobres: los que aún trabajan y a quienes no les alcanza.
....Es que hay miseria.
....Las imágenes en blanco y negro de las cocinas populares de 1929 se superponen con las de repartición de
pavos en 2008, difundidas en YouTube.
....No hay de qué dar las gracias.
....Mientras ralean las filas de compradores se alargan las que están tan mal que perdieron la verguenza de
pedir alimento.
....Y por alguna razón muchos tienen una esperanza extraña: Obama.
....El presidente electo pagó por repartir comida en Chicago mientras sus familiares y amigos se juntaban –
unos sesenta, como cada año- en lo que aún es su casa para festejar en esa ciudad.
...."Las líneas para comida subieron en un 33%", repetía este miércoles ante la prensa.
....Sí, señor.
....En entrevistas con varios expertos antes y en el día de las elecciones, insistían en las oportunidades que
una victoria de Obama abría en el contexto de la crisis económica.
....Un ejemplo: "Un millón de personas lo vitoreó anoche en Chicago. Fue la visión impresionante del equipo
de Obama", me explicó Raúl Hinojosa de UCLA. "Decidieron movilizar a las comunidades, a las masas, con
un mensaje muy progresista como pocas veces en la historia del país. Y para los latinos es una victoria
también, porque crea una nueva mayoría".
....Los primeros pasos de Obama no confirman esta suposición.
....En pocas palabras, ha nombrado para su equipo económico a quienes ya estuvieron. Los que se dedican al
"libre mercado". Los allegados al sector financiero. O sea, quienes nos trajeron adonde estamos por entrar.
....¿Algo anda mal en el reino de la Obamamanía? En su tercer conferencia de prensa consecutiva donde
presentó a más miembros de su "equipo económico", le preguntaron al presidente entrante si los
nombramientos no eran un poco de "más de lo mismo": asesores, ministros y consejeros que ya estuvieron
allí, ya cumplieron, ya hicieron sus errores y especialmente, son de la misma escuela que nos llevó adonde
estamos ahora.
...."Usted tiene que entender que cuando se habla de cambio", dijo el agraciado vencedor, "se trata de mí". Así
fue: compárelo con las fuentes si no cree.
....Tantos nombramientos y ningún latino en un puesto importante.
....Tanto equipo económico y el secretario de Trabajo no aparece por ninguna parte. Y mucho menos, los
sindicatos.
....Esto ni siquiera es populismo.
....Volviendo a las filas... las de pobres se pueblan con gente que trabaja.
....Las de compradores se vacían porque la gente teme quedarse sin empleo.
....Ninguno se siente seguro de su puesto o posición. Si es empleado de gobierno, docente de secundaria,
periodista, comerciante, obrero de la construcción.
....Lo que se nos viene es amorfo, porque la atención está en otra parte.
....De tanta cacofonía no vemos mucho.
....El gobierno regala miles de millones de dólares al "sector financiero", la banca, los que nada producen sino
el mercado global, la desaparición de los estados-nación y caída de las culturas nacionales.
....Pero las fábricas de automóviles no reciben nada. "Que enmienden sus caminos antes para producir
automóviles que favorezcan al medio ambiente", dicen los demócratas en el Congreso. "No se les puede
ayudar si hay trabajadores con 120 días de vacaciones anuales", dicen los republicanos.
....Lo que garantiza que las líneas de compradores escaseen más. Y las de pobres, crezcan.
LAS FILAS PARA COMIDA EN LOS ÁNGELES Y OBAMA
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Muy pronto nos pusieron en estado de alerta: habían
secuestrado un autobús en pleno camino a la ciudad
donde yo vivía, matado a 28 de los pasajeros antes de
morir... pensaron que alguno de ellos había logrado huir
y decretaron el toque de queda, nadie entra, nadie sale,
y nos avisaron que todas las licencias quedaban
canceladas y que en lugar de uno por turno seríamos
dos en la guarida, y que especialmente cuidado con
Ahmad.
Fue entonces cuando con mi telescopio personal
comencé a ver del otro lado del Jordán también a los
niñitos árabes cuando iban a clase de mañana y
regresaban de la escuela a la tarde, y a las mujeres que
cargaban enormes fardos y a los hombres que andaban
en burro delante de ellas, y cuanto más belicosa se
ponía más paisajes de paz y memorias yo veía, hasta
que vi mi propia casa, allí a través del ojo gigantesco, y
estaba cerrada y vacía y nadie en ella, y fui entonces a la
casa de mi madre, me esperaba con un plato caliente
de sopa, y cuando comenzaron los primeros disparos
yo ya había llegado a mi ciudad natal y me deslicé
mirando siempre por las calles de mi barrio porteño y la
escuela de mi infancia y los sitios donde estudió mi
padre.
Disparamos primero. Un Ahmad, dos quizás, cayeron al
agua. El jeep del oficial se alejaba velozmente. Una
granada que cayó de ningún lugar estalló en las
trincheras de nuestra torre de vigilancia con su destello
enceguecedor...
Por eso te miro ahora, como si no hubiese mirado
nunca, cuando me besas y cierras los ojos, y también
cuando llegas de un viaje largo y abrazas tiernamente a
otra gente, y soy yo quien recibe tu abrazo y contengo la
respiración para que el abrazo dure para siempre. Y
estoy mirando desde entonces tus ojos ardientes,
árabes, que lo dicen todo sin decirlo, y mirándote
acaricio tu mejilla y con mi mano la cubro y la seco.
El largavistas telescópico del Jordán, yo ya lo llevo
adentro.
Fue, creo, en 1977, o 1978. Más o menos para la época en
que tú habías nacido, allí lejísimo, lejísimo... Yo ya era
soldado reservista, es decir, un civil que se pone el uniforme
por dos meses por año, o lo que es lo mismo, un militar que
se quita la fajina durante diez. Y me reclutaron para lo que
prometía ser un mes bucólico, casi de vacaciones, como
uno de cuatro reservistas que poblaríamos una posición
fortificada a pico sobre el río Jordán. Esto hacíamos: seis
horas de guardia por día, dormir el resto, limpiar el
habitáculo que estaba enterrado debajo de las rocas y la
vegetación verdísima, aceitar las armas, probarlas previa
autorización del comando regional, ponerse de acuerdo en
quién iba a cocinar (siempre era yo el elegido, pero eso tenía
también beneficios; por ejemplo, no lavaba los platos) y qué
comeriamos, servir el almuerzo y una cena como la gente
como personas de bien que éramos. Y después otra y otra
vez dormir; de día en nuestros catres de campaña,
enterrados debajo de cinco cobijas militares grises como el
alma, cobijas con polvo de generaciones de soldados como
nosotros; de noche dormir allá arriba, en la torre de
vigilancia, pero dentro de una muesca de un metro de altura
que emergía de los túneles y trincheras, con uniforme y
botas y los fusiles cargados a mano, un sueño entrecortado
y fugaz y el resto era mirar.
Porque en las seis horas de guardia, más aquellas durante
las que yo me ofrecía a reemplazar al guardia para
voluntariamente quedarme allí, yo miraba a través de un
largavista telescópico. Estaba empotrado en el suelo, con
sus acimut y direcciones y rosa de los vientos grabadas en
el metal, era un telescopio diría personal, muy mío, con el
que mi ojo cruzaba el río Jordán y más allá, entraba al reino
haschemita y se retorcía por los caminos empolvados de la
zona militar, y miraba a soldados y policías y falsos
agricultores y de cuando en cuando el jeep de algún oficial
que venía a consolar o a reprender a Ahmad.
Ahmad era el nombre genérico que le puse a todos los
soldados jordanos que desde su propia posición fortificada
me miraban con su propio supertelescopio. Nos mirábamos
entonces, mediantes esos ojos ajenos y deformes y a veces
nos saludábamos o nos insultábamos, lo que en la frontera
es lo mismo.
Fue allí donde me convertí en el mirón, el veedor, el voyeur
de vidas propias y ajenas, y encontré mi vocación.
Una de las enmiendas aprobadas en la primera ronda de negociaciones por la reforma migratoria en el Senado (la segunda está
por empezar), establecía el inglés como idioma oficial de Estados Unidos. Como todo en la política, la idea no flotaba en el vacío.
En el contexto actual, la insistencia en la vigencia del inglés no es una inocente proposición, sino un arma contra los inmigrantes.
Aunque la enorme mayoría de ellos –de Latinoamérica y otros lados–reconozca que aprender el idioma local es imprescindible
para vivir aquí y trata de asimilarlo.
Los inmigrantes, al llegar, claro, no hablan inglés. Pero muchos de los adultos lo aprenderán. Hace 20 años y recién llegado, yo
sintonizaba –durante las dos horas de mi viaje al trabajo– una estación de noticias radiales. Escuchaba una cacofonía
incomprensible. Pero un día como que se me abrieron las orejas y desde entonces entendí lo que decían.
Un cambio más dramático, repetido en toda la historia de Estados Unidos, es el generacional. Nosotros aprendemos el idioma;
nuestros hijos lo dominan. Después, les hablamos en español aunque podamos hacerlo en inglés, y ellos contestan en inglés,
aunque comprendan español…
Luego, los hijos de mis hijos mantendrán del español modismos, el aire cultural, el apellido, el ancestro, el apego por ciertos
términos. El resto será lo de aquí. Serán una síntesis de culturas. Y contribuirán a renovar la local.
Yo sé entonces que cambiaré la idiosincrasia de Estados Unidos a través de mis nietos, de una vez y para siempre.
La insistencia de los antiinmigrantes en la vigencia del inglés, presuntamente ignorando este ciclo por todos conocido, es
entonces un símbolo, no de patriotismo sino de la defensa de un privilegio étnico. Se debe menos al aprecio a la cultura
anglosajona que al apego a una imagen del país que está desapareciendo inexorablemente. Por eso siguen recortando,
precisamente, los fondos para que los latinos aprendan inglés.
Sin decirlo, insisten en un país que perciben blanco, puro, exitoso y dominante, democrático por dentro e implacable por fuera. Una
caricatura de las películas exportadas desde aquí, Hollywood, hace sesenta años.
Pero el reloj demográfico es implacable. Los latinos son la minoría de mayor crecimiento del país. Millones de inmigrantes llegan
de los países asiáticos. Estados Unidos elegirá entre adaptarse o dejar de ser democrático para mantener el dominio de un grupo
contra otro.
Ya lo hizo una vez. Cuando la esclavitud se estableció aquí como base de un sistema económico, los esclavos eran blancos:
campesinos adeudados de Inglaterra o Alemania. Tenían un inconveniente: despertaban la solidaridad de trabajadores en
situación casi similar. Además, si huían, desaparecían en la población. Por eso se usaron los negros, importados a la fuerza,
virtuales desconocidos. Por el color de su piel su captura era fácil y su encierro posible. Se instituyó una ideología de odio y
desprecio que aún persiste: que son inferiores, que no tienen alma; que son malvados, que son diferentes; que nos tienen miedo,
que les tememos. Del negro de la piel al negro como concepto negativo, caló tan hondo en la psiquis estadounidense que los
afroamericanos debieron librar una lucha de cien años por los derechos que se les garantizó con la Emancipación.
El inglés como barrera para detener las “amenazantes” olas migratorias es igual: estertores de una grupo en vías de ser minoría,
aferrado a privilegios culturales. Cuanto más urgente es su percepción de pérdida de hegemonía, más violenta es su reacción: al
inmigrante, al presidente negro, al líder latinoamericano que se aleja del radio de influencia.
EL INGLÉS COMO ARMA ANTIINMIGRANTE
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Charcos y calles sinuosas de Alei, balcones altísimos, ojos en cada pared,
un café que permanece abierto hasta la medianoche y en donde se
comercian informaciones, armas y haschish en bolsitas de un kilo.
Carteles del Ayatollah, música israelí melodiosa y melancólica, aunque
parezca mentira hasta la coca-cola es nacional; lo del ayatollah es
peligroso y a veces los fieles se juntan alrededor del altoparlante del
muacín y no dejan de gritar hasta que la guardia se apersona en el lugar
con unos cuantos tiros al aire.
Nadie se percató de que el árbol de la vida estaba aquí precisamente, en el
mejor lugar del mundo para esconder el paraíso.
Había otro árbol de la vida en una escuelita de campo. Todas las maña-
nas cuando mi abuela me llevaba a aprender las primeras letras, nos
deteníamos frente a él y ella me transmitía con la voz que tan bien recuerdo
las enseñanzas de los primeros hombres del mundo.
Como todos los soldados de todas las naciones conquisté el árbol. Mordí
su fruto.
Aquella misma noche nuestro blindado recibió un balazo desde la
oscuridad anónima. El tiro dio en una de las puertas y resonó por dentro
como un campanazo de iglesia. Frank Gambell, el sargento, estaba al
mando erguido como el mástil de una bandera, sin percatarse de nada,
enfundado en una frazada gris como su alma. El conductor se asustó; casi
se había dormido y estrelló el semioruga contra la pared de una casa.
Hubo muchos ladridos y el grito de una niña que lloraba en árabe pero no
divisé nada. Yo estaba en mi lugar de siempre en la parte trasera del
blindado, oteando la retaguardia y tratando de atajar el fusil que se me
deslizaba al suelo, cuando el impacto me llevó lejos.
Frank ahora es una fiera. Desenfunda el revólver. Me ordena: “Fuego en
trescientos sesenta grados”, como dicen las órdenes de rutina aunque nos
matemos los unos a los otros girando como trompos mortíferos. Tengo
que sacudirme, despertarme de una vez y hacer fuego contra aquellas
paredes oscuras de donde vi el destello para que Frankestein no se enoje.
La cabeza del conductor está inclinada. Frank encantado por la aventura;
relucen sus ojos fríos como charco de batracios; no olvides la clase de
cómo atacar cuando te sorprenden con una emboscada. Rápido rápido,
dice Frank.
Pero, si estoy buscando un lugar donde apoyarme, trato de amartillar el
fusil, no ves que voy jalando con todas mis fuerzas de la palanca, el fusil
se atascó, me olvidé adentro un trapo que tenía colocado para evitar que
se introdujera polvo y arena y que me lo ensuciara, se me atascó el
cargador y ahora no dispara, si se dan cuenta me matan. Frank deja de
tirar con el revólver porque los ladridos de los perrostapan el ruido de sus
disparos y él quiere oírse; ahora me revienta los tímpanos con la
ametralladora punto tres, ojalá que vengan pronto a rescatarnos así Frank
se deja de de jugar no quiero ni mirar. En las terrazas alguien grita y yo no
me puedo mover. Tengo que desarmar todo el fusil para que sirva, por
qué sangra la cabeza del conductor en regueros finitos, no se da cuenta
de que se le va la vida por esos hilos y trata de encender el motor. El
blindado pega un salto formidable, Frank que no estaba bien apoyado se
me cae encima; yo ya había logrado desarmar el fusilen seis y caigo, los
intestinos del arma se me escapan de la mano catapultados por el
empujón descomunal de Frank, en la oscuridad desaparecen fuera del
blindado que comienza a retroceder muy despacio y los destroza como a
un escarabajo. El motor del blindado tose y se apaga otra vez. Reina
absoluto silencio.
Frank queda sin respiración, a lo lejos se oyen gritos, alguien sigue
llorando en árabe, un vidrio se rompe y pasos se acercan. Se acercan y la
mano de Frankestein como una tenaza en mi mano, aquí están. Llegaron.
Manos misteriosas rodean el blindado. Manos transparentes empujan el
blindado a un costado del camino. Manos poderosas extraen al conductor
de su asiento y lo acuestan amorosamente en una camilla para llevárselo
a la negrura de la noche, manos oscuras nos señalan con severidad; y yo
estoy desarmado, Frank no logra enderezar la ametralladora y maldice en
inglés; los perros callan y la niña que lloraba mira con ojos curiosos el
milagro; ellos no hablan y nosotros tenemos las cuerdas vocales tan
tirantes que sólo emitimos ronquidos inhumanos. Son los del Árbol.
Aquí el enemigo nunca se anuncia. No es explícito. Siempre se envía a
través de un emisario, de un mandadero: balas en la oscuridad, alguna
granada de mano que cae desde algún lugar ya olvidado, voces que gritan
en la red de comunicaciones, un avión que muere en el aire.
El enemigo es un dolor adentro que llevamos doblado entre la tarjeta de
identidad y el miedo y que nos expulsa del paraíso porque hemos mordido
el fruto prohibido.
Las manos angélicas , diabólicas, nos rozan, delicadamente, nos
cubren.
E L Á R B O L D E L A V I D A
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